AL bloque de formaciones de la derecha española que conforman Partido Popular, Ciudadanos y Vox le han atribuido infinidad de adjetivos en su corta, pero intensamente peligrosa, convivencia sin remilgos. Le han llamado “el trifachito”, “los nostálgicos”, “españolistas”... Sin embargo, la ministra española de Justicia, Dolores Delgado, definió ayer al triunvirato de la forma más gráfica posible: “El trifálico”. Y argumentó su calificativo en que “en la foto de la manifestación del pasado domingo en Madrid había mucha testosterona”. No le falta razón a la ministra. La derecha es conservadora por definición y retrógrada por convicción. Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal dicen representar pensamientos y posturas diferentes, pero todos tienen en común el deseo de que el actual sistema de funcionamiento del Estado involucione hacia tiempos pasados. Unos, recortando derechos a las autonomías; otros, negando el papel que la mujer gana día a día en la sociedad; todos, haciendo suyos los símbolos estatales y compitiendo por demostrar que la tienen más grande, la bandera, me refiero. Todos tienen en mente un modelo político que hace quince días creíamos olvidado. Lo que el dictador Franco bautizó como democracia orgánica. Lo que alguien interpretó como una democracia por órganos. Ese trifálico testosterónico al que se refirió la ministra Delgado.

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