Demasiados apagones. El shock eléctrico. El institucional madrileño. El prevaricador en Vox. El de la izquierda renovadora. Todos en la búsqueda de una razón de su existir. Cada uno de ellos buscando la culpa en camisa ajena. Pedro Sánchez no cejará en su empeño de salvar del estruendoso cortocircuito a su protegida Beatriz Corredor. Que nadie quite al presidente la íntima ilusión de que se fue la luz por culpa de un ciberataque o de esas eléctricas que ganan tanto dinero. Tampoco permite Díaz Ayuso que le discutan el fundamento de su indecoroso veto al Gobierno del Estado en una fiesta autonómica. Mucho más agresivo es Abascal cuando le afean el fraudulento manejo de los fondos de su partido. El desliz siempre es del otro.

Pasan las horas y del histórico apagón solo se conocen sus funestos perjuicios. También es cierto que ha abierto un interminable debate tabernario. No hay una conclusión definitiva ni oficial, pero cada ciudadano ya tiene la suya. Le ocurre a Sánchez. No sabe aún la causa cierta, pero su dedo acusador lo dirige sibilinamente a todas las partes menos a Red Eléctrica (Redeia), entidad donde colocó de presidenta a una seguidora inquebrantable y fiel amiga. Paradójicamente cuando la mayoría de los técnicos y especialistas empiezan a poner el foco, junto a emisarios de la UE, en la responsabilidad de la distribuidora de control público, el presidente socialista sigue mirando hacia otro lado. Que la realidad no le apee de sus propósitos. Pero en la calle, en la industria, en esas compañías eléctricas a las que deplora porque sabe que no le quieren, toma cuerpo la idea de que la excesiva producción de energía renovable carecía de los cortafuegos necesarios, posiblemente porque nunca se pensó en ello ni se ejecutaron las inversiones necesarias. Ya no volverá a ocurrir. Así lo aventura Corredor tras abandonar su silencio de dos días, aunque advirtiendo, a cambio, que el riesgo cero no existe.

Por encima de estériles polémicas, avivadas sin desmayo bajo intereses políticos, económicos y estratégicos, Portugal lo tiene muy claro. No ha dudado un segundo en desenchufar la conexión eléctrica que mantenía porque no se fía de las grietas del actual sistema español. Representa, sin duda, un golpe duro a la credibilidad. Nada mejor para entender la trascendencia de esta fulminante decisión que la rápida intervención de la vicepresidenta Aagesen con las autoridades lusas para recuperar la confianza perdida.

Y Francia, al quite. El país vecino consolida su posición energética en medio del aturdimiento español. Recibe con satisfacción que el debate sobre la energía nuclear se ha hecho con ese hueco discursivo que venía buscando sigilosamente con anterioridad al apagón. Sabe, a su vez, que resulta decimonónico cuestionar ahora la importancia de las interconexiones. Ahora bien, nada más lamentable que introducir la variable de la interesada interpretación ideológica para debatir con sensatez el necesario mix del sistema energético. No parece que la vertiginosa rapidez imprimida a la masiva implantación de las renovables, cincelada con unas intencionadas gotas de sectarismo, haya sido la mejor receta.

LA BATALLA DE MADRID

Nunca dejará de agradecer bastante Mazón la exhaustiva cobertura informativa del apagón para oscurecer su paso por la cita del PPE en Valencia. El descosido que se le presuponía, con el consiguiente efecto secundario para Feijóo, ha quedado neutralizado. Sosiego en Génova, donde siguen deplorando la nefasta idea del verso suelto González Pons para llevar esta reunión a la tierra donde nadie olvide a los culpables políticos de reducir el alcance de una enorme tragedia.

Es en Valencia donde Abascal vuelve a tener un problema con el dinero que entra en la caja de Vox. La historia se repite. Quizá esta codicia constituya una de las principales razones de esas esporádicas crisis internas en un partido que dispone de ingresos millonarios como jamás nadie imaginó. Pero la culpa no tendrá dueño.

En Madrid, en cambio, el apagón ciega a toda la izquierda. La tradicional, porque sigue sin acertar con el candidato idóneo para aguijonear la mayoría absoluta de Ayuso. Óscar López aparece como el candidato peor valorado, al menos hasta que llegue la encuesta del CIS. En el caso de la opción renovadora, porque camina hacia el abismo por su inexorable división y pérdida de crédito. Así las cosas, la presidenta se envalentona de tal manera que vapulea la mínima cortesía institucional. A decenas de miles de madrileños no les importa. Ellos creen que la culpa es de otro.