Lo peor aún queda por llegar. La desgracia devastadora de la dana en la Comunidad Valenciana espera a conocer la sacudida de nuevas decenas de víctimas, ahora bajo la tibia esperanza de su desaparición, y de una reconstrucción mastodóntica sin plazos. Una tragedia humana, social y económica que tapona a duras penas un enconamiento político larvado y que tampoco tardará en implosionar. Una catástrofe que irradia una inmediata solidaridad por encima de otras mezquindades como el desaprensivo pillaje y el oportunismo partidista. Una hecatombe coincidente con el patético desgaje de la mayoría que invistió a Sánchez, en este caso por sus antagónicos y entrecruzados intereses y estrategias sobre el abigarrado paquete fiscal del Gobierno.
Cunde la desolación. El cruel azote de la naturaleza enluta demasiadas vidas. Hasta desborda la capacidad de respuesta eficaz de un Estado. Instaura un clima de zozobra y desesperación jamás conocido, superior incluso al 11-M. El examen más exigente para una clase política a la que semejante desastre pilla despellejándose sin piedad. Nada más desalentador moralmente que la rapiña evidenciada en el convulso último pleno de control en el Congreso. Fue allí donde se asistió a la vileza partidista del interés espurio. El PP se levantó interesadamente en armas reclamando la suspensión de la sesión como gesto de condolencia cuando media hora antes había desaprovechado la junta de portavoces para haberlo exigido. El PSOE, a su vez, incapaz, primero, de abanderar esta justificada moratoria y, después, enrocado en mantener la actividad que permitiera validar el decreto del nuevo consejo de administración de la RTVE. A la misma hora, en Utiel, Requena, Paiporta o Albacete las lluvias torrenciales seguían arrastrando cadáveres, coches y postes de luz.
Cunde la desolación. En un país donde su PIB avanza amenazado por una deuda insultante, la reforma fiscal queda supeditada al trapicheo político. En medio de una mayoría de socios de ideologías tan dispares, la escandalera sobreviene sin esfuerzo. El denodado alambique entre los intereses inconfesables y declarados exhibido en las intensas negociaciones solo podía provocar el patético resultado conocido. Además, infectado por su carácter provisional. La advertencia de Podemos, cada vez más gallitos en medio de la conmocionada izquierda, amenaza con descarrilar el proyecto global. Nunca los partidos menos poderosos han dispuesto de mayor determinación. Son los nuevos tiempos que han venido para quedarse.
Cunde la desolación. Especialmente en Sumar. Siguen noqueados. Con su estrepitosa caída al desprecio más unánime, Errejón les ha desquiciado hasta comprometer su viabilidad futura. Desnortados políticamente, asisten en paralelo a un despiadado cainismo que no esconde su agresividad como es habitual en la izquierda, tanto clásica como regeneradora. Las acusaciones, recelos, disputas y venganzas enmarañan cada minuto de esta coalición absolutamente deshilvanada y presa de una comprensible desilusión. Muchos devaneos irreverentes de Errejón constituían un secreto a voces entre víctimas y cómplices silenciosos, que empiezan a señalarse sin pudor. Una vez roto el cántaro emerge la ansiedad por dilucidar quién pagará los desperfectos.
Desde luego, a Yolanda Díaz y Mónica García les flojean las piernas, aunque apenas se hablen por su progresivo alejamiento. El proyecto que comparten avanza atormentado hacia una refundación que nadie acierta a pronosticar ni en la forma ni en el tiempo. Quizá IU lo tenga más claro. Su secretario general no da puntada sin hilo. La frenética actividad desplegada en Madrid por este político andaluz contiene mensaje. Por supuesto, Pablo Iglesias sigue oteando el horizonte. Nunca la revancha fría estuvo mejor engrasada sin mancharse las manos.
Reveses judiciales
Finalmente, también cunde la desolación en el Gobierno. En su caso, lo disimulan. Los recientes reveses judiciales contra el fiscal general García Ortiz y Begoña Gómez, sin embargo, hacen mella. Jamás se habían conocido situaciones tan espinosas que, por supuesto, erosionan seriamente la credibilidad y la ética. De paso, la ruptura de la supuesta mayoría avanza sin retorno cada vez que ocurre un tema espinoso. Por ello, la amenaza de la derrota parlamentaria sobrevuela con demasiada facilidad. Además, el escándalo sin escudo alguno de Sumar genera una rémora difícil de ocultar para aparentar siquiera la consistencia y credibilidad de una coalición gubernamental que, en realidad, camina por vías diferentes. Y enfrente, el apocalipsis.