Así se las ponían a Felipe II. Con Feijóo enfrente, Pedro Sánchez no debe temer ni una pizca por su reinado. Solo resta que mañana Alfonso Rueda pierda la mayoría absoluta en Galicia para que el presidente del Gobierno salga a la plaza pública y salude a mandíbula batiente al respetable pidiendo a Génova que le busque el enésimo rival. Incluso, en el supuesto de que el sorpasso de la izquierda deviniera imposible en este 18-F, le habrá saciado la malévola satisfacción de comprobar cómo el miedo se ha apoderado ya para mucho tiempo de la derecha en su feudo histórico, atrapada en un estrepitoso carrusel de torpezas y contradicciones. 

Por encima del veredicto de estas urnas, constatar que la viabilidad política de la amnistía, a modo de cortés pleitesía a Puigdemont, se ha abierto paso por la vía más insospechada: la cúpula del PP. García Castellón, medio Constitucional y la caspa del CGPJ mastican su consternación. Lo hacen impávidos en compañía de un batallón mediático afligido por este golpe bajo que les desarma absolutamente.

Solo una hiriente ineptitud pudiera explicar, no sin cierta dificultad, por qué Feijóo decidió hacerse el harakiri la semana anterior a las elecciones en su tierra, a modo de daga en el vientre, desnudando sus coqueteos con el diablo Puigdemont. O tal vez sirva de apurado eximente la fundada amenaza de que Waterloo, en connivencia con Moncloa, pretendía desvelar en plena campaña gallega cómo el líder del PP tanteó a Junts el apoyo para su investidura y así se recurría a un infantil cortafuego. Quizá, todo se reduzca sencillamente a una incapacidad manifiesta de relacionarse con la prensa estatal y a una sorprendente bisoñez política, impropia de un gestor curtido. En cualquier caso, un descomunal descalabro cada día más difícil de justificar y de una repercusión ahora mismo incalculable. Sin el gobierno de la Xunta, Feijóo se tambaleará.

Cuando resultaba fácil imaginar sin miedo al error que los socialistas sufrirán un aviso electoral este domingo por las secuelas de la amnistía, especialmente, menos se entiende el estropicio de la garganta profunda del PP. Aquel pronóstico demoscópico de una mayoría absoluta por los pelos que permitía seguir reteniendo el poder se ha transformado en un abrir y cerrar de ojos en un halo de pesimismo. Semejante suicidio, sobrevenido tan inesperadamente, avinagra las expectativas de presente y de futuro de los conservadores a nivel estatal, alimenta las fundadas dudas sobre la valía de su presidente, revolotea el gallinero en Génova y en la Puerta del Sol y, desde luego, oxigena a Sánchez cuando más difícil tiene sostener su crédito y su solvencia.

Quienes pisan a diario aldeas y ciudades de Galicia no ven con tanta claridad los aires de cambio que trasladan los enviados especiales. Solo coinciden en un resultado final propicio a las emociones. En las predicciones menos intoxicadas viene a concluirse que si la base electoral del PP responde a la llamada, Rueda seguirá de presidente, aunque se haya equivocado en despreciar los debates y, sobre todo, en anteponer a Bildu, ETA y al perdón a los independentistas por delante de mejorar la sanidad, la educación o la pesca a sus ciudadanos. A partir de ahí, nadie discute el gancho social de Ana Pontón en detrimento de un melifluo candidato socialista y de una izquierda progresista al borde del ataque de nervios por su pronosticado naufragio.

La resaca pegará fuerte Una vez sustanciadas las urnas, llegará el tiempo de atarse los machos sin dilaciones. Nada será igual porque se trata de unas elecciones con capacidad para dejar huella. Con el BNG por primera vez liderando un gobierno gallego y no de comparsa, la tormenta en el PP causará estragos. Ni siquiera servirá a Feijóo escudarse en el castigo electoral que sufra el PSOE o en contemplar el proyecto Sumar sin escaños. Será entonces cuando Sánchez, viendo cómo el enemigo se flagela, dispondrá de un camino expedito para aceptar el definitivo chantaje de Puigdemont y así amarrar la ley de amnistía en la línea desbrozada por el parlanchín Óscar Puente y aprovechando las últimas aproximaciones realizadas a la causa por Yolanda Díaz, en su desbocado intento por hacerse sentir, y el omnipresente Bolaños.

Ahora bien, si la izquierda vuelve a estrellarse en Galicia no le valdrán los paños calientes de la pérdida de apoyo del PP ni de los enredos de Feijóo con los soberanistas. Les recorrerá un sudor frío pensando que en poco más de tres meses se podría repetir el castigo en las europeas. De ahí la importancia de evitar el harakiri.