HAY costumbres que el tiempo no cura. Los machistas siempre tienen caliente la boca con sandeces. Da igual que exhiban su desvergüenza en el recodo de un bar de copas o en la ventana de un colegio mayor. Todo Gobierno que se precie traslada invariablemente a los Presupuestos el santo y seña de sus fundadas intenciones. Los posconvergentes catalanes, a su vez, nunca dejan de enredarse en la búsqueda de su espacio como hacen ahora partiéndose en dos al dejar el Govern. En el caso de Vox, es Abascal quien sigue poniendo donde él quiere a cada uno de los suyos como ocurre con Ortega Smith. Eso sí, no pudo evitar que Nadia Calviño ridiculizara a Espinosa de los Monteros. Le sacó los colores con una reacción mitinera en medio de la algarabía desbordante de una coalición de izquierdas perpleja por la inusual acometida de la tecnócrata vicepresidenta primera. Ya no hay tiempo para los melifluos.

Hasta que tronaron unas degradantes majaderías sexistas por radios, televisiones y redes sociales, venía siendo la semana del escudo social. Los primeros días para escrutar la apuesta a pecho descubierto de Pedro Sánchez en favor de 17 millones de ciudadanos en quienes deposita su reelección. El reto desafiante de la izquierda gobernante por ganar, en medio de una crisis plagada de incertidumbres, la batalla más determinante en el desenlace de tan convulsa legislatura. Y al empeño acude tirando la casa por la ventana. Ha llegado el momento de los récords: de gasto, de inversión y de recaudación.

Bien sabe la izquierda progresista que destinando seis euros de cada diez al gasto social, como es el caso, las posibilidades de un rechazo presupuestario son difíciles de justificar. Por esa senda del guiño a pensionistas, funcionarios y pobres (sic) se ha adentrado la coalición para fustigar a una derecha enganchada como único argumento en no subir los impuestos. Un derroche millonario jamás conocido, pero cuando más se necesita. Eso sí, en un entorno socioeconómico plagado de serios nubarrones que pueden reducir las previsiones a cantos de sirena. Pero será después de la aprobación de las Cuentas y del consiguiente paseo triunfal de la coalición gobernante. Ahora bien, que el desengaño que auguran el Banco de España desinflando el crecimiento o el BBVA advirtiendo de un riesgo de recesión no se produzca a mitad de la travesía. Vendría entonces a coincidir con las elecciones locales y el estropicio resultaría demoledor.

Sánchez sabe que se la juega y por eso se le teme. Un más que previsible respaldo a sus Presupuestos caería como una losa sobre Feijóo. Sería otra derrota flagrante de la derecha. Le obligaría a agarrarse a los resultados de las autonómicas y municipales como un clavo ardiendo. Y hasta entonces el tiempo seguiría pasando en su contra. Viajar en tren continuaría siendo gratis, los pensionistas cobrarían un 8,5% más, los funcionarios estarían menos enfadados que de costumbre y el Estado, feliz llenando sus arcas de la mano inflacionista del IVA y el IRPF. Viento de cara para el plenipotenciario líder socialista que se ha sacudido sin inmutarse y en connivencia con Yolanda Díaz la rabieta de Podemos por el descarado incremento del gasto en Defensa y el parón en la Ley de Vivienda.

Un envidiable escenario que para sí quisiera Pere Aragonès, desamparado tras el portazo endiablado de su socio. Más gasolina al fuego del bochornoso desencuentro independentista y a la imperdonable parálisis de la acción de gobierno. La ruptura del Govern, como reflejo de un desencuentro estratégico, solo alimenta desesperanza. Aleja las expectativas de un deseado entendimiento con el Estado, anida el riesgo de una cronificación de la causa, complica hasta el infinito una imprescindible gobernanza cooperante y, sobre todo, prende la mecha del desencuentro entre las muy diferentes familias agolpadas en torno a Junts. Con los apretados resultados de la consulta es fácil colegir que conviven dos visiones antagónicas en un mismo partido. Nadie descarta, por tanto, el enésimo divorcio en el seno de esta amalgama de voluntades tan dispares que ha ido reuniendo el nacionalismo moderado durante décadas hasta confluir un día bajo los pies del radicalismo de Puigdemont y Laura Borràs. ERC queda en manos de la oposición. Le apremia ahora la búsqueda de refugio inmediato en En Comú Podem. El PSC se queda al quite, dispuesto a echar una mano. Sánchez, también. De hecho, ya cuenta con los dedos los 13 votos de ERC para los Presupuestos.