No sé si me engaña la memoria. Juraría que es en la versión cinematográfica de El Camino de Miguel Delibes que dirigió Ana Mariscal en 1963. El niño protagonista, escondiendo un palo a su espalda, se acerca subrepticiamente a una cigüeña que picotea algo en el suelo. Con su cara más inocente, le dice: “Ven, cigüeña maja, que te voy a dar comida”. La escena, que suelo rememorar con frecuencia, se volvió a venir a mi cabeza al leer que EH Bildu emplazaba al PNV a presentar listas conjuntas en las elecciones generales y en las europeas. De entrada, hay que reconocer la maestría comunicativa del emisor del mensaje y la pereza pareja a la falta de cintura de los que repicamos a todo pasto una propuesta que, para más inri, ni siquiera es nueva. Un ejercicio de trilerismo de manual. El gran titular del Congreso de la ahora llamada coalición soberanista (ya no mola lo de abertzale, por lo visto) es el de la oferta, opacando el enésimo ejercicio de ordeno y mando, con mayoría a la búlgara, toma total del control por parte de Sortu y humillante reducción a la casi nada de Eusko Alkartasuna y Alternatiba, curiosa coincidencia onomástica con la alemana, pero con b de bwana; de Aralar, hace mucho que ni hablamos. En resumen, alpiste para el tertulieo local y el columneo de proximidad, como estas mismas líneas que tecleo pertrechado con mi caparazón compuesto por escamas a cada cual más cínica. Así que fingiré que me alegro de que me hagan la pregunta sobre la candidatura conjunta y gastaré los caracteres justos –ya me quedan apenas cuatrocientos– en argumentar que verdes las han segado. Quiero decir que, más allá de la trampichuela del emplazamiento casi corleonesco a la oferta que no se puede rechazar, resulta bastante claro que hay cien millones de razones que hacen imposible su materialización. La más obvia es que PNV y EH Bildu representan modelos contrapuestos en casi todo, empezando por el flanco ético, asignatura voluntariamente pendiente del otegismo.