Esta corta semana funesta en el sudeste peninsular nos ha traído al terruño algunos acuerdos de mucho fuste, bien es verdad que con niveles de concreción diversos. En todo caso, acostumbrados a que las discrepancias –cuando no, la bronca monda y lironda– presidan los titulares, reconforta comprobar que, si se le echa una migaja de voluntad, aunque en algunos casos la necesidad también haya tenido su papel, los consensos son posibles. Ahí está, como primer ejemplo, la firma casi unánime (solo se borró el sindicato minoritario ESK) del diagnóstico de la Mesa Vasca de Salud. Es verdad que leyendo el desglose de los puntos suscritos por la amplísima mayoría de participantes nos encontramos con cuestiones básicas en las que lo inexplicable eran los disensos anteriores. Pero, viniendo de donde venimos en materia sanitaria, resulta esperanzador percibir la vocación de trabajar en común para mejorar un servicio literalmente vital para la ciudadanía. Así que procede reconocer el esfuerzo y pedir que se mantenga el mismo espíritu en lo mucho que todavía queda por delante. No es por ser cenizo, pero tenemos precedentes muy cercanos, como el pacto educativo, en el que, después de unos inicios muy prometedores, llegaron los descuelgues fruto del vértigo, las presiones internas o, sin más remilgos ni complejos, el cálculo electoralista.
También hay que ponderar como noticia positiva el anuncio del acuerdo entre PNV y PSE para revisar la fiscalidad y los impuestos. Eso sí, hará falta que se nos concrete bastante más el contenido, porque los dos socios del Gobierno vasco y de las principales instituciones del país fueron calculadamente ambiguos en el comunicado en que daban a conocer el pacto. De saque, no suena mal que se sitúe como objetivo una mayor progresividad que redunde en una distribución más justa de la riqueza. Ojalá la buena música se complemente con una letra a la altura que facilite –por pedir, que no quede– que se incorporen más siglas al entendimiento.