No llamaré enemiga (ni remotamente) a Miren Gorrotxategi, pero sí aplicaré la segunda parte del refrán, lo del puente de plata. O, metidos en dichos, le deseo a la fallida candidata de Elkarrekin Podemos a lehendakari que lleve tanta gloria como paz deja. Tampoco hagamos de esto un drama. A diferencia de otras personas de su mismo partido que, al acabar su periplo institucional con un sueldo por encima del que tenían (si es que lo tenían) en su vida anterior, la abadiñoarra tiene a dónde volver. Desde luego, no es una de esas puertas giratorias con suculento unte a fin de mes y bonus varios repartidos por todo el calendario, pero tampoco un currele de reponedora en un hipermercado. Regresa a su plaza de profesora de Derecho en la UPV/EHU, lo cual es motivo de alegría para mí, sobre todo, porque a mi hijo le interesan otras ramas del saber y no tendrá que volcar en los exámenes la ideología convertida en materia académica que, según presume en su carta de despedida, será el eje de su magisterio en las aulas. Imaginen la bronca que se montaría si un cátedro de Vox de vuelta a la tarima y el atril proclamara que se va a dejar la piel machacando la ideología de género, la Memoria Democrática y, de propina, que va a ponderar los valores inmarcesibles de la tauromaquia. ¡Marchando otra de doble vara!

Volviendo a la epístola de despedida obligada, es entre gracioso y lacrimógeno que la política en retirada culpe de sus males a la división en la izquierda confederal, como si ella no hubiera sido una de las principales artífices de que su marca y Sumar no hubieran propiciado la separación de listas, siguiendo el mandato del líder máximo que, en el caso de Euskadi, llegó a insinuar que el voto progre fetén era a EH Bildu. Y, de propina, esa campaña propia de Meloni y/o Le Pen, obsesionada en morder rabiosamente el tobillo de los simpatizantes del PNV que supuso el afortunado principio del fin de los morados. Hasta más ver.