NO estoy al corriente del grado de implicación o, incluso, de conocimiento de José Luis Ábalos en el marronazo de las mascarillas. Con unas gotas de intuición y otras de lógica se puede llegar a pensar que es verosímil que viera algo extraño en el comportamiento de quien fue su sombra, el hoy famosísimo Koldo García Izaguirre. Pero, a fuer de ser sinceros, en este punto de la trama no parece haber datos contantes y sonantes que lo señalen ni como autor ni como cómplice ni como encubridor de ningún delito. Como él mismo viene repitiendo sin que nadie pueda rebatirlo, este es el minuto en que no hay abierta ninguna investigación judicial que lo señale directamente.

Pero, en realidad, el propósito de estas líneas no tiene que ver estrictamente con su culpabilidad o su inocencia, sino con su situación personal, que creo que es lo que destacó por encima de todo en su comparecencia de ayer en la comisión del Senado. Se vio en frases demoledoras como: “Ya no tengo nadie en quien confiar” o “He tenido tantas decepciones en los últimos tiempos que parece que colecciono decepciones”. Es bien significativo que esta última sentencia no se refiere estrictamente a Koldo García, por el que se le preguntaba, sino por sus ahora mismo excompañeros de partido. Ello, sin querer ser especialmente duro con quienes no tardaron ni 24 horas en exigirle el carné y ni un minuto en darle de lado. Eso sí, con una inevitable puya a su sucesor en Ferraz y quien actuó como ejecutor, es decir, Santos Cerdán, al que Ábalos le afeó que vaya presumiendo de haber estirado el código ético del PSOE para poder suspenderle de militancia.

Y como resumen y corolario de la intervención, además de explicar que se llevó al exvigilante de seguridad al Ministerio por “el factor humano”, el reconocimiento de que ya antes de que explotara el escándalo, no le quedaba futuro político. Pero se aferrará al escaño del mixto con uñas y dientes.