SINCERAMENTE, no tengo datos que me permitan relacionar con ninguna sigla política concreta los últimos incidentes extremadamente violentos que hemos padecido en los últimos días. Aunque a todos nos consta que hubo un tiempo en que, en efecto, estas actuaciones se diseñaban en determinados despachos siguiendo unos planes tácticos y/o estratégicos, creo sinceramente que ese modus operandi forma parte del pasado. No tanto por convicción (ojalá) como por puro pragmatismo, quienes han culminado con enorme éxito su increíble proceso de blanqueamiento no van a arriesgarlo… sobre todo, cuando no lo necesitan porque, como en la canción de Krahe, las tareas están perfectamente divididas y cada quién sabe perfectamente qué tiene qué hacer.

En todo caso, sobraría cualquier disquisición sobre galgos o podencos si nos atuviéramos a los principios más elementales de la convivencia. Hablo de algo tan simple como manifestar un rechazo firme y sin paliativos a cualquier episodio violento que se haya producido en nuestro entorno. Por ir a uno reciente, ¿quién expresó su denuncia sobre el grupúsculo que reventó la manifestación de homenaje a las víctimas del 3 de marzo el pasado domingo en Gasteiz? Desde la izquierda soberanista no solo no se ha escuchado media alusión crítica sino que, como ya anoté aquí mismo, se ha invertido la carga de la prueba y se señala a la Ertzaintza por su respuesta –que yo no tengo empacho en calificar como excesivamente contundente– tras el inicio de los altercados. Y si nos remontamos unos días atrás, tampoco vemos que desde esas filas haya salido una palabra de censura a los ataques de unas hordas ultras de pretendidos seguidores del Athletic contra la propia Ertzaintza o contra hinchas del Atlético de Madrid. Por desgracia, para demasiados de nuestros convecinos, el uso de la violencia es legítimo.