NO creo que quepa un gramo de sorpresa ante la confirmación –casi con cajas destempladas por parte del líder de Sumar en Euskadi, Lander Martínez– de que no habrá lista unitaria de la llamada izquierda confederal vasca en las elecciones que casi todos pensamos que se celebrarán en abril. Diría, incluso, que ni siquiera coló la sobreactuación del día anterior de la candidata de Podemos-Ahal Dugu a lehendakari, Miren Gorrotxotegi, cuando insinuó que estaría dispuesta a no encabezar la candidatura si era ella el problema de cara a la unidad. De sobra sabía Gorrotxategi que no había ni media posibilidad de acuerdo, como quedó certificado en decenas de reuniones infructuosas, por lo menos, desde el pasado otoño.

Nada iba a revertir la decisión. Ni la petición desesperada de medio millar de militantes -algunos de ellos, muy veteranos- de lo que tradicionalmente se llamó “el quinto espacio vasco” ni la lección del pasado domingo en Galicia donde las listas de Sumar y Podemos se dieron una bofetada cósmica. Si la cuestión obedeciera a la lógica y al más básico sentido del pragmatismo, cabría pensar que el escarmiento en carne ajena haría entrar en razón a los contendientes. Lo que ocurre es que esto no va de razón sino de corazón o, más bien, de estómago. Cualquiera que trate de encontrar alguna diferencia ideológica que no sea de matiz entre las dos banderías que andan a la greña comprobará que son inexistentes. Podemos y Sumar-Ezker Anitza coinciden casi al milímetro en las cuestiones sustanciales. Así que la disputa es meramente personal o, afinando el término, personalista. Tenemos egos enfrentados en las sucesivas batallas internas por el poder que se han librado prácticamente desde el mismo momento de la fundación de la que fue marca aglutinante, Podemos, si es que no venían de antes. Y eso no se arregla de un día para otro. Al revés, se estropea más.