AHORA que no nos lee nadie, me atrevo a confesar que tengo una idea más bien difusa sobre la función de un verificador en las conversaciones que mantienen en Ginebra representantes del PSOE y de Junts. Por descontado que no me voy a abonar a la mandanga con tufillo no ya xenófobo sino directamente supremacista que alimentan PP, Vox y sus muchas y variadas terminales mediáticas. De hecho, estoy convencido de que el ciudadano salvadoreño Francisco Galindo Vélez tiene un conocimiento sobre la realidad del asunto que lleva entre manos bastante mayor que el de tanto cabestro que opina guiado por sus prejuicios o por el estómago.
Aclarado lo anterior, insisto en mi primer mensaje: no veo cuál es el papel de Galindo Vélez, más allá de que Puigdemont pueda presumir de que ha impuesto al partido que sustenta el Gobierno español la presencia de una figura que tiene su lógica en los conflictos mundiales de tronío. Pero, sinceramente, no veo mayor recorrido. Como recogía un humorista gráfico con bastante tino, los que se sientan a uno y otro lado de la mesa ya han conseguido lo que buscaban. El PSOE ha revalidado el gobierno y el soberanismo posconvergente ha conseguido, por el módico precio de siete votos, una ley de amnistía que, como volvimos a escuchar ayer a Pedro Sánchez, no estaba ni remotamente en sus planes iniciales. Si por él hubiera sido, los encausados por el procés se habrían comido la cárcel que determinasen Llarena y sus mariachis.
Me cuesta creer que, más allá de eso, que ya es bastante, quede mucho más por negociar y verificar. Lo del referéndum pactado me temo que es una entelequia que no entra en los planes reales de ninguno de los interlocutores. Otra cosa es que a unos y a otros les convenga alimentar la especie para mantener encabritado al ultramonte político y mediático, que entra a cualquier trapo que le pongan delante.