FUE exactamente el sábado, 3 de septiembre del año pasado. Pedro Sánchez inauguraba en Sevilla lo que pretendía ser una gira de baños de multitudes sucesivas. Pero el guion previsto no se cumplió. Mientras el presidente español firmaba autógrafos a sus parroquianos, apareció a su espalda un fulano con un silbato en la boca levantando un papel con una leyenda manuscrita con un simple rotulador negro de trazo grueso. “Que te vote Txapote”, rezaba el cartelón inmortalizado por un fotógrafo de Europa Press. Este humilde tecleador, que no se tiene precisamente por profeta, escribió dos días después que el tipo en cuestión podría hacerse de oro si registraba su ocurrencia. Con la caverna mediática en pleno aplaudiéndola gozosamente, todo hacía prever que la simplona consignilla se convertiría en grito de guerra de la derecha extrema y extremísima.

Desgraciadamente, el tiempo me ha dado la razón, aunque jamás imaginé que el infecto lema alcanzaría la difusión que tiene hoy en día. Y mucho menos, que, ante la más que razonable petición de significadas víctimas del terrorismo de que se deje de utilizar la cantinela hiriente, salgan otras víctimas, también significadas, a defenderla alegando que se trata de “una frase nacida del pueblo que forma parte de la libertad de expresión”. Semejante razonamiento es muy peligroso. Alguien podría argüir que “ETA, herria zurekin” o la cancioncilla “Voló, Carrero voló” también salieron del pueblo. Por lo demás, a nadie se le escapa que el auténtico motivo para amparar el mantra de marras es que, aunque no sea muy fino, es eficaz para movilizar el voto del odio. El fin y los medios.