ÉRAMOS pocos y parió la abuela. O, bueno, no exactamente. Lo que ha hecho la abuela ha sido pagar a unos traficantes de vidas para que implantaran la semillita de su hijo muerto en el vientre de una cubana necesitada, que ha sido quien ha gestado y parido la criatura. La mafia legalizada con sede en Miami parece que ha cobrado 175.000 euros, de los que la incubadora humana se ha llevado 35.000, no me pregunten si antes o después de impuestos. ¿De dónde saca pa’ tanto como destaca la compradora, que no deja de ser una celebridad crepuscular que últimamente sobrevivía de la beneficencia movida por la compasión? Pues, según todos los indicios si sabemos sumar, de la revista española del hígado más conocida, que no reconocida. Con la de ayer, son ya dos exclusivas, y, conociendo el paño, podemos sospechar que están apalabradas la ceremonia bautismal, los primeros gateos, y así, hasta la puesta de largo.

Si les digo la verdad, hay un punto que hasta me emociona de esta versión cañí del Cuento de la criada: una publicación de papel todavía tiene pasta para financiar la adquisición de una falsa nieta y, de paso, para marcarnos la agenda al resto de los medios. Lástima (y aquí es donde dejo el sarcasmo) que sea a costa de ser cómplice de una aberración indecible. Porque aunque haya un huevo de malotes llamándonos antiguos y plastas a los que lo denunciamos, el caso de Ana Obregón ha trascendido el mercadeo de bebés para situarse en una perversión morbosa. En eso, y en una actuación contra la legalidad vigente en España que podría suponer que los servicios sociales se hicieran cargo de la niña.