LA concentración del pasado domingo en Iruñea para denunciar la falsa expulsión (¡ya quisiéramos algunos!) de la Guardia Civil de Nafarroa tuvo un requeteporrón de momentos entre lo psicodélico, lo lisérgico y lo directamente cutresalchichero. De saque, es para nota altísima del bochorno rozando lo patético que la pancarta en la que se leía “Los jóvenes os queremos aquí” fuera sostenida en primera línea por individuos e individuas que, haciendo una media generosa, andaban por la sesentena. Y luego, claro, estuvo lo de las cifras. Los medios de orden, a los que Santa Lucía (hoy es su día, por cierto) conserve la vista, hablaron de multitudinaria movilización, afirmación que apoyaron con imágenes de planos ultracortos que cantaban La Traviatta. La realidad es que, como en aquella tontuna precedente que montó la equinoccial Inés Arrimadas en Altsasu, el sarao reunió a cuatro y el del tambor. O a cuatro y a Javier Esparza, que menudo autorretarto se hizo el atribulado y discutido líder de UPN apoyando una causa que él mismo debería ser el primero en saber que es falsa de toda falsedad.
Ya ni siquiera hay que citar la hemeroteca que demuestra que, en el año 2000, Aznar ofreció al entonces presidente de la comunidad foral, Miguel Sanz, el traspaso de las competencias de Tráfico. Resulta que la cosa viene de mucho antes. Como documentó la semana pasada en Diario de Noticias de Navarra el también expresidente y erudito Juan Cruz Allí, hasta 1959, en pleno franquismo, el control de carreteras del viejo reino era competencia de una policía dependiente de la Diputación. Pero miente, que algo queda.