Visión almibarada - Vivimos a toque de corneta de los calendarios oficiales. Ayer la conmemoración de obligado cumplimiento era el Día Internacional de las Personas Mayores, así, con todas esas mayúsculas iniciales para darle el ringorrango que requiere la ocasión. Y en las palabras escogidas nos encontramos con el primer motivo para la reflexión. Ya no hablamos de viejos ni de ancianos. Ni siquiera de tercera edad, que fue el primer eufemismo en boga durante varias décadas. De un tiempo a esta parte, se ha impuesto esa expresión que, como tantas otras de la neolengua políticamente correcta, rezuma buenrollismo paternalista. Nada, por otra parte, que nos pueda sorprender. Basta repasar la inmensa mayoría de los mensajes institucionales y parainstitucionales con motivo de la efeméride para comprobar que ha triunfado una visión almibarada de quienes acumulan más renovaciones del carné de identidad.

Varias realidades - Como sé que tengo un buen puñado de lectoras y lectores en esa etapa de la vida que yo mismo percibo cada vez más cerca, no negaré lo obvio. En general, los 65, 70, incluso 75 años de hoy no son los de hace un cuarto de siglo. Aunque casi nadie esté libre de sus achaques y de sus pastillas diarias para esto o para lo otro, muy buena parte de los veteranos están en perfecto estado de revista. Ahí los vemos, dándose una pechada en bicicleta sin despeinarse, subiendo al monte casi al trote, echando unos largos en la piscina, cultivando la la huerta sin respiro, bailando con donosura en los txitxarrillos que algunos ayuntamientos han tenido el buen tino de recuperar, haciendo pilates o pegándose un garbeo de la mano del IMSERSO por los castillos del Loira o, ya si eso, Benidorm.

Los otros - Pero ocurre que esa vejez -yo no tengo miedo a la palabra- fotogénica y resultona para las campañas, los discursos y, si me apuran, los negocios, es solo una porción de la realidad. Pero luego está la otra, la que tendemos a ignorar aunque la tengamos delante de nuestros ojos. Por no irme a casos más lacerantes, hablo de esas abuelas y abuelos que nos impacientan en la cola del súper pagando moneda a moneda una compra hecha al céntimo porque sobreviven con la pensión mínima. Y que luego la llevan casi a rastras a una casa en la que más que probablemente no tienen otra compañía que ellos mismos, sus recuerdos y un aparato de televisión. Nada más lejos de mi intención que ponerme tremendista. Solo quiero dirigir el foco hacia esas otras “personas mayores”, me temo que en un número creciente, a las que no se presta (o no prestamos) la atención que se merecen.