LA semana pasada los incansables currelas de la Sociedad de Ciencias Aranzadi hallaron los restos de, por lo menos, diez personas en tres fosas comunes en el concejo navarro de Paternain. El jueves, la consejera Beatriz Artolazabal, en presencia de familiares y represaliados del campo de concentración de Orduña, inauguró en esta localidad el primer columbario de Bizkaia. Son solo dos titulares recientes que, en su letra pequeña, contienen decenas de historias con nombre propio. No entro aquí en detalle porque el objeto de estas líneas, en realidad, es tan solo apuntar que la memoria no se construye con grandes proclamas o con leyes de copetín, sino con hechos concretos, contantes y sonantes, como estos que cito y como tantos otros de los que podemos presumir en las dos demarcaciones administrativas de Hego Euskal Herria.

Lo anoto con humildad pero, al mismo tiempo, con orgullo. A diferencia de lo que se sigue haciendo en latitudes no muy lejanas, y gracias al impulso impagable de las asociaciones memorialistas, aquí llevamos unos cuantos años plantándole batalla al olvido impuesto a pie de cuneta. Y no lo hacemos por revancha, sino por devolver la dignidad a quienes padecieron la represión franquista y a sus deudos, entre los que nos contamos casi todos. Tampoco nos mueve la pretensión de reescribir la historia ni de ganar a título póstumo una guerra de la que, sin haberla vivido, nos sabemos y nos sentimos perdedores a mucha honra. Solo buscamos unas briznas de verdad y de justicia, y es reconfortante pensar que hay ocasiones en que nos damos la satisfacción de encontrarlas.