Pésimos preámbulos

– A cuatro días del homenaje a Miguel Ángel Blanco en Ermua al cumplirse 25 años de su secuestro y asesinato, todo apunta a que volvemos a estar ante un acto arrojadizo. Como ha venido ocurriendo en todos y cada uno de los aniversarios, en los titulares no prevalecerá el recuerdo de aquella desmedida atrocidad cometida por ETA, sino las ausencias, la pesca en río revuelto, los intentos de patrimonializar la memoria de la víctima y su utilización como coartada para la refriega politiquera. Diría, incluso, que en esta ocasión, en una versión corregida, aumentada e hiperventilada hasta límites insospechados. Amén de la inveterada querencia por profundizar en lo que nos separa y no en lo que podría unirnos, contribuye a la bronca que se trate de una efeméride redonda y, desde luego, que la política española esté instalada en un navajeo inmisericorde.

Los dos extremos, ausentes

– El retrato más preciso de lo que describo lo tenemos en las ausencias, no solo anunciadas, sino alardeadas, a uno y otro extremo del arco ideológico. Dos de las principales asociaciones oficialistas de víctimas, la AVT y la que se autotitula Dignidad y Justicia, se desmarcan alegando que no quieren coincidir con Pedro Sánchez, que, dicen, “se apoya en los herederos de ETA para gobernar”. Lo significativo es que esos a los que se alude como “herederos de ETA” también han sentido la necesidad de dejar claro que no estarán presentes. Y no precisamente con medias tintas o palabras de excusa. El secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, hizo saber el otro día en la radio pública vasca que su formación no acudirá el domingo a Ermua porque el acto es “un homenaje a la monarquía española”.

Nada nuevo

– Más allá de lo descorazonador de ambas declaraciones, lo cierto es que son el reflejo de cómo se ha abordado el asesinato de Blanco a lo largo de este cuarto de siglo. Por un lado, y pese a amagos como el del propio Rodríguez junto a Arnaldo Otegi en el palacio de Aiete hace nueve meses, la izquierda soberanista jamás ha sido capaz de rechazar (no diré ya de condenar) el crimen. Y en cuanto a los monopolizadores del sufrimiento, también desde el principio enseñaron la patita. Lo que debió haber sido una denuncia legítima del asesinato acabó dando pie a una trinchera ideológica que pretendió identificar el terrorismo con cualquier sentimiento abertzale. En el mismo viaje, se creó una suerte de chiringuitos donde pillaron buen cacho tipos y tipas que iban de dignos. Cinco lustros después, es muy triste comprobar que estamos prácticamente en la casilla de salida… o más atrás.