NICOLÁS Redondo Urbieta —Nico el de La Naval, como le llamaba mi abuela, socialista y de Barakaldo, igual que él— tuvo una vida muy vivida. 95 años. Los últimos, en un silencio elegante roto solo por apariciones esporádicas. En realidad, desde el mismo instante en que, con todo el dolor de su corazón, dejó la secretaría general del sindicato que lideró durante casi dos decenios, jamás se dedicó a hacer ruido. Y eso, pese a que su presencia seguía siendo requerida y él, tipo cumplidor, jamás rechazaba una entrevista. Pero, incluso en tiempos convulsos como aquellos días del acuerdo de Lizarra y del abrazo del Kursaal entre su hijo, Nicolás Redondo Terreros, y Jaime Mayor Oreja, se cuidó mucho de embarrar el campo.

De entre las numerosas charlas que mantuvimos frente a un micrófono, guardo un recuerdo especialmente fresco y grato de la que grabamos el 26 de noviembre de 1999. En ella, Redondo padre mostraba su optimismo sobre la tregua de ETA. “Estoy casi seguro de que es la definitiva”, me dijo. La entrevista se iba a emitir 48 horas después, el domingo 28, que fue la jornada que eligió la banda para anunciar la ruptura del alto el fuego. Así que la cinta se fue al archivo sin pasar por el aire. Y de ese modo, la audiencia se quedó sin escuchar la confesión del veterano sindicalista sobre lo que le costaba votar a su propio hijo, líder entonces del PSE, al que consideraba un pelín conservador y con el que decía que procuraba no hablar de política. Solo la insistencia de su mujer, Nati, lo arrastraba al colegio electoral. Fue la primera anécdota que me vino ayer al conocer la muerte de quien, por encima de todo, era un gran tipo. Descanse en paz.