Cuando un rincón de la tierra adquiere un compromiso –y no un simple sello...– con la sostenibilidad, ocurre algo parecido a lo que sucede cuando un viejo farol en la costa, después de mucho tiempo oscilando al compás del viento, se renueva: no se trata de cambiar la bombilla; se trata de afirmar que la noche, la mar, el paisaje siguen importando, siguen teniendo voz. Así lo ha hecho Urdaibai, ese rincón donde las mareas y las marismas guardan memorias de sal y de vuelo de aves, al renovar su acreditación con la CETS, organismo que entiende al turismo no como invasión, sino como visita respetuosa.

La línea que separa el turismo masivo del turismo sostenible es tan fina como la espuma de las olas en una playa de primavera. Urdaibai ha optado por ese umbral tenue, ha decidido hacer de la visita un acto de contemplación colaborativa: las administraciones, empresas, ciudadanía, todos —según el comunicado— “trabajan juntos en favor de un turismo sostenible, participativo e inclusivo”.

No es poca cosa. Aceptar ese pacto significa,responder al eco del paisaje” escuchar en el viento el “qué somos” de cada colina, de cada arroyo. Y sin embargo, no basta con firmar un papel, por más europeo que sea. Porque el turismo, cuando se convierte en mirilla por la que solo se ve consumo o fotografía, traiciona al paisaje. Pero si el paisaje se convierte en interlocutor –y así parece quererlo Urdaibai, pues habla de “generar valor local, impulsar la educación ambiental y promover la implicación activa de la ciudadanía y el sector turístico”– entonces sí puede abrirse una ventana distinta: la de la convivencia con la tierra, la de la herencia compartida, más allá del negocio inmediato.

Pienso en los turistas que vendrán: no los que van a devorar playas, bares y selfies en cadena, sino los que llegarán a Urdaibai porque han oído que ese lugar se esfuerza en mantener sus marismas, sus pueblos, sus gentes. Gente que no quiere que el turista sea rey, sino compañero de viaje. Recibirlos mejor, decía el propio plan de acción: no más visitantes, sino visitantes distintos.

Claro que detrás de ese mejor recibir surgen dudas: ¿qué pasa si el visitante es tan numeroso que altera el sosiego? ¿Qué pasa si la empresa busca rentabilidad a costa del rincón? Aquí es donde la renovación de la acreditación no es un descanso, es un nuevo comienzo. Urdaibai no firma para dormir sobre laureles, sino para caminar. l