Hay días en lo que la realidad se vuelve terca y se empeña en demostrarnos el qué y los porqués de las cosas. Acabamos de vivir uno de esos. Porque no me digan que no es una casualidad. Con apenas unas horas de diferencia supimos que Bilbao cose y mejora su red de seguridad y agiliza los avisos de socorro al unirse a la aplicación telefónica del 112, con la certeza de que esta herramienta en el móvil cuenta con hasta 38 emergencias que se pueden comunicar con un solo click mientras que tres individuos encapuchados atracaron una joyería en la calle Ercilla por el bárbaro método del alunizaje. Según se aprecia, tardaron un minuto y veinte segundos, lo que viene a considerarse un santiamén. La gente de la joyería tardará meses, si no años, en reponerse del susto y de las pérdidas.

Lo que les decía, son dos historias que se cruzan en el camino. O mejor dicho, en una encrucijada, que siempre es un territorio sembrado de peligros como bien nos ha demostrado las historias reales y las novelescas. Se diría que la tecnología y el crimen se encuentran en la misma calle. Son dos historias que se entrelazan de manera casi cinematográfica: por un lado, el Ayuntamiento lanza una nueva aplicación destinada a vigilar y mejorar la seguridad de sus ciudadanos; por otro, un audaz atraco por alunizaje sacude la tranquilidad de una joyería. La ironía de estos eventos, que parecen sacados de un guion de Hollywood, nos invita a reflexionar sobre la delgada línea que separa la innovación de la delincuencia. La sincronía de estos eventos es casi poética: mientras unos trabajan para proteger, otros se empeñan en despojar. Es fácil caer en la trampa de pensar que la tecnología es la solución a todos nuestros problemas. Pero, ¿"Qué pasa cuando la misma herramienta que se crea para protegernos es un mero espectador de un crimen audaz?