Recuerdo una hermosa canción de Queen, I was born to love you, que bien pudiera elegirse como banda sonora para la celebración de una boda civil, una de las especies más resistentes dentro de una tendencia en vías de extinción. Se me ocurre, también, la declaración de la novia cadáver, protagonista de la célebre película de Tim Burton del mismo nombre. Allí se pronuncian unos votos (¿se sigue diciendo así?) que decían algo así como “con esta mano yo sostendré tus anhelos; tu copa nunca estará vacía, pues yo seré tu vino; con esta vela alumbraré tu camino en la oscuridad… Con este anillo yo te pido que seas mi esposa. Cualquiera de estos accesorios serían suficientes.

En un mundo donde el amor se celebra con la misma intensidad que un partido de fútbol, las bodas civiles han encontrado su lugar en el corazón de muchos. Son prácticas, modernas y, sobre todo, evitan la necesidad de invitar a ese tío segundo que solo aparece en las bodas y se siente con derecho a opinar sobre tu vida. Sin embargo, aquí estamos, en un momento en el que estas ceremonias, que alguna vez fueron la alternativa rebelde a la pompa de las bodas religiosas, parecen estar en vías de extinción. Y no, no es que se estén convirtiendo en un fenómeno de culto como los vinilos o las cámaras de fotos instantáneas; es que, sencillamente, se están desvaneciendo como el último trozo de tarta en una fiesta.

Pero aún están ahí. Las bodas civiles resisten. En Bilbao cuentan con la belleza del escenario, el Salón Árabe, pero en no pocos sitios aparece un funcionario que parece más interesado en su reloj que en el amor eterno. Han sido, durante años, el refugio de los pragmáticos. Son la opción para aquellos que no quieren complicarse la vida con tradiciones que veces parecen más un guion de telenovela que un compromiso real. Pero, ¿qué ha pasado? ¿Acaso el amor se ha vuelto tan formal que necesita ceremonia para sentirse válido?

La realidad es que, en la era de las redes sociales y los influencers, las bodas civiles han perdido su encanto. Ahora, lo que se lleva es el sí, quiero en un entorno de ensueño, rodeado de flores que parecen sacadas de un catálogo de Pinterest y con un fotógrafo que te sigue como si fueras una estrella de cine. La gente quiere historias que contar, y no hay nada más atractivo que una boda en un castillo, aunque sea un castillo de cartón piedra.