Hacerse con una vivienda, bien en régimen de alquiler o en propiedad debiera considerarse como un derecho básico del ser humano y no, como piensan ahora quienes están a la búsqueda, un lujo. Las dificultades son mayúsculas y se baraja ahora una exigencia más: aplicar un canon sólo por enseñarlo. Puede hablarse, supongo, de un lujo anticipado. Es más, uno diría que en un mundo donde el ladrillo ha sido, durante décadas, el rey indiscutible de la inversión, la noticia de que algunas agencias inmobiliarias han decidido cobrar por enseñar un piso en venta o en alquiler ha caído como un jarro de agua fría. La pregunta que nos asalta es: ¿hemos llegado a un punto en el que el acceso a un hogar se convierte en una opulencia, incluso antes de firmar un contrato?

Recuerdan aquellos tiempos del pay per view, el pago por ver algo en la televisión que anticipó la llegada de las plataformas. No sabemos qué anunciará esta decisión pero suena a cambio de era. En un país donde la vivienda se ha convertido en un bien escaso y, a menudo, inalcanzable, la decisión de cobrar por mostrar un piso parece un síntoma más de una enfermedad crónica que afecta a nuestro mercado inmobiliario. ¿Es que ya no es suficiente con pagar una mensualidad o un precio de venta que, en muchos casos, roza lo absurdo?

La lógica detrás de esta medida es clara: las agencias buscan rentabilizar su tiempo y esfuerzo en un mercado saturado. Pero, ¿a qué precio? La esencia de la búsqueda de un hogar es, o debería ser, un proceso humano, un viaje lleno de expectativas y sueños. Cobrar por enseñar un piso es, en cierto modo, poner un peaje en el camino hacia la posibilidad de encontrar ese lugar al que llamar hogar. Y, como bien sabemos, no todos los caminos son iguales; algunos están llenos de baches y otros, incluso, son intransitables. Y, sin saberlo, te piden que pongas.