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El sacacorchos

Jon Mujika

Una mariposa que vuela

De pronto, la propuesta se despliega como una mariposa. La ciudad, esa selva inhóspita, es un lugar donde los niños tienen que aprender a moverse entre el caos. Desde la primera vez que sus pies tocan el suelo de la calle hasta el instante en que sus ojos descubren la danza infinita de los autobuses, las bicicletas, los automóviles, las motos y los caminantes pasa muy poco tiempo.

Y los niños, esos seres que no tienen poder sobre las ruedas del mundo, son los más invisibles de los viajeros urbanos. Viajan como sombras, en silencio, rodeados de cuerpos grandes que los miran de reojo, de esas miradas que a veces los consideran una molestia y otras una curiosidad, cuando no una preocupación. El transporte público gratuito para menores de doce años no es solo una cuestión económica, es una cuestión de dignidad. Es un acto de justicia que comienza a borrar la idea de que los niños son seres que deben esperar, que deben ser observados desde arriba, como si sus vidas dependieran de la voluntad de aquellos que tienen el poder de decidir qué es gratuito y qué no. No es un favor. No es un regalo. Es simplemente un derecho. O, mejor aún, una lección de vida, una enseñanza de vida que agiliza el paso, que ajusta el ritmo. Y es que, en un país donde el transporte público es un laberinto de tarifas y horarios, ofrecerlo gratis a los más pequeños no solo es un acto de justicia social, sino también una inversión en el futuro.

Claro, algunos dirán que esto es un capricho, que el dinero no crece en los árboles. Pero, ¿acaso no es más caro ignorar la educación y la movilidad de nuestros niños? Al permitirles viajar sin costo, les estamos enseñando a ser ciudadanos responsables, a conocer su ciudad, a interactuar con otros. ¡Qué gran lección de vida! Y, de paso, estamos aliviando a los padres de una carga económica que, en tiempos de crisis, también pesa.

Además, pensemos en el impacto ambiental. Menos coches en las calles significan menos contaminación. Si los niños pueden moverse libremente en transporte público, quizás sus padres se animen a dejar el auto en casa. Y así, poco a poco, vamos construyendo un mundo más limpio y sostenible. Si las personas menores de hoy han de formarse para convertirse en las personas mayores de mañana la idea de impulsar el hábito de desplazarse en transporte público encaja como un guante. ¡Plas, plas!