Es bien sabido que a menudo la política recuerda a un tablero de ajedrez donde blancas y negras se zurran de lo lindo. Pero incluso ahí se producen prodigios curiosos como acaban de vivirse en el campeonato del mundo celebrado Singapur. ¿Lo han oído? Gukesh Dommaraju, de 18 años, se ha coronado con una precocidad nunca vista en el tablero, con cuatro años menos que un mito como Garry Kasparov. Para ello tuvieron que ocurrir muchas cosas, que se resumen en una: Ding Liren, el vigente campeón, cometió un error de pricipante y nació un mundo nuevo en los reinos del ajedrez.
También en Bizkaia hemos sido testigos de un fenómeno curioso: un acuerdo presupuestario entre partidos que, a primera vista, parecían estar distanciados. La reciente negociación ha puesto de manifiesto que, a pesar de las diferencias ideológicas y de la falta de una coalición formal, la necesidad de avanzar y de responder a las demandas de la ciudadanía puede unir a quienes, en otras circunstancias, se verían como adversarios.
Es un hecho que los presupuestos son el reflejo de las prioridades de un gobierno. En este caso, el acuerdo alcanzado entre partidos que no comparten una misma mesa de coalición es un ejemplo de pragmatismo político. En un contexto donde la crisis económica y social ha dejado huellas profundas, la capacidad de llegar a consensos es más necesaria que nunca. La política, en su esencia, debería ser un arte de la negociación, un ejercicio de responsabilidad que trasciende las etiquetas y los colores.
Sin embargo, no se puede obviar la paradoja que esto representa. ¿Cómo es posible que partidos que no comparten una visión común puedan llegar a un acuerdo? La respuesta, quizás, radica en la urgencia de la situación. Este tipo de acuerdos no están exentos de riesgos pero la valentía está ahí.