Lo que pide la calle, esa es la materia prima con la que debieran levantarse los presupuestos municipales, año tras año. Y a ello se han puesto, arremangándose, las gentes que gobiernan Bilbao. Es una tarea de titanes. No en vano, una ciudad no se desarrolla por cuenta propia; su crecimiento está ligado a las demandas y expectativas, sí, pero sobre todo a las posibilidades. Y por mucho que la ciudadanía piense que el objetivo es la felicidad plena siempre se comete el mismo error: pensar que ese es el destino final, cuando lo importante es que se tome la dirección adecuada. Hay que apuntarla bien en el GPS por mucho que la realidad, terca como una mula, se empeñe en demostrarnos que no es posible salvar todos los obstáculos de la carrera.

¿Qué se le pide entonces a unos presupuestos? Que tomen el camino correcto, que apunten hacia un futuro más luminoso que el presente desde el que parten y que dejen el menos número posible de heridos en retaguardia. En ese empeño parecen moverse los cálculos mientras que las quejas de la oposición apuntan hacia la misma dirección año tras año: la vivienda, el paro y la seguridad. Siendo cuestiones de calado, la constatación de que las quejas son siempre las mismas confirma que esos son los problemas mayúsculos de nuestro tiempo, dificultades complejas de sortear en Bilbao, en Nueva York, en Londres, en Berlín o en la Conchinchina.

Son, somos, muchos los que queremos lo mismo. Y no parece claro que haya recursos para todo. Por eso se repite la pregunta una y otra vez: ¿de dónde quitas para poner en dónde? Ocurre como en el fútbol en los tiempos duros, cuando nunca es bueno el que juega y siempre es mejor el suplente. Hasta que le llega la hora de jugar al que espera y, oiga usted, resulta que tampoco era oro molido. Disfrutemos con lo que hay y rememos en buena dirección.