De tanto escuchar que una semana después de la descarga de la dana, las tierras por las que pasó el bárbaro Atila de las aguas a uno le ha dado por pensar en ese argot bélico y llega el pensamiento de Alejandro Magno cuando dijo que tras la conducta de cada uno depende el destino de todos. La solidaridad y el voluntariado aparecen hasta la fecha, como el único antídoto capaz de enfrentarse a la desesperación y a la devastación. Observar a los generales de la política a caballo, allá a lo lejos, en lo alto colina provoca rabia y tristeza. ¡Ay, si las víctimas pudieran!

Ver al pueblo hermanado en el fango, arrimándose no para limpiarse sino para darse calor es la única belleza de estos días. ¡Arrímense, arrímense! Recuerden que se tienen menos necesidades cuanto más se sienten las ajenas. Duele saber cómo los generales citados eran los encargados de organizar el contraataque, la retirada, la recogida de los muertos, la puesta el pie... Y cómo se han mirado unos a otros mientras a lo lejos se escucha un eco. “Una pala, una palaa, una palaaa...”

La dana que azotó Valencia ha dejado una estela de desolación y, sobre todo, de preguntas. Preguntas que, en medio del lodo y la desesperación, se convierten en gritos de una ciudadanía que se siente traicionada por quienes tienen la responsabilidad de protegerla. Hablemos de la previsión. En un país donde las lluvias torrenciales son un fenómeno recurrente, la falta de preparación es un error imperdonable. En medio de la improvisación, ¿dónde estaba el plan de emergencia? En tiempos de crisis, la información es un salvavidas. Sin embargo, la gestión de la dana estuvo marcada por la confusión y la falta de claridad. Mensajes contradictorios, instrucciones poco precisas y, lo que es peor, un silencio ensordecedor en los momentos más críticos. Y, por último, la reconstrucción. Las imágenes bajo el agua recuerdan que la naturaleza puede ser implacable, pero la respuesta humana de algunos puede ser aún más decepcionante.