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El sacacorchos

Jon Mujika

Tierra de cemento armado

Es una tierra de cemento armado, la prueba fehaciente de que Olabeaga es un territorio duro, marcado a fuego. Nunca ha tenido el santo de cara. En verdad, nunca ha tenido santo que vele por sus desmanes, por mucho que luzca, como un marinero en el bíceps, ese hermoso tatuaje que reza su más noble propósito: Soñar. Lo grabó el artista callejero SpY y se ha convertido en la gran esperanza de la zona.

Hasta el despegue industrial del último cuarto del siglo XIX, Bilbao era una ciudad portuaria y mercantil, con problemas de espacio y de navegabilidad en la ría. Y Olabeaga ya era, por aquel entonces, un barrio duro, uno de esos lugares que se afeitan a navaja y sin espuma. La llegada de la revolución industrial tampoco facilitó la vida a sus moradores. Olabeaga acogió las funciones industriales que aterrizaban a su lado: el ferrocarril, los cargaderos y diques, los talleres y las grúas, entre las que ganó fama y supervivencia casi inmortal Carola. Era el músculo duro frente a las riquezas que llegaban, como el fútbol, por la ría.

En cierta ocasión conté, porque me contaron, la muerte del inglés Eduardo Marks, ocurrida en 1713 cuando volvía a su buque después de pasar la noche en una taberna de Olabeaga. A su paso pegaba a los vecinos con un palo y con altanería hasta que uno de ellos, Pedro de Lozano, corrió a casa a buscar su espada hasta alcanzarles. “Y fue con ella a dar quenta de la desberguença”, dicen los cronicones de antaño. Llegó hasta ellos y mató a Marks. Tierra dura, ya les dije.

Los actuales vecinos de Olabeaga no han vivido vicisitudes como aquellas pero han comprobado, en carne propia, que nacer allí no conlleva un dechado de vicisitudes. No es una broma. La penúltima desdicha estaba vinculada a la OTA. Como quiera que en ese puerto de asfalto no había peaje por amarre (vamos, que no se gozaba del privilegio de pagar por aparcar lo que, como vecindad, les abre la posibilidad de hacerse con un espacio propio...) llegaban coches de todas las latitudes. A partir del 1 de julio ya se corrige esa anomalía sin que nadie, que se sepa, haya tenido que desenvainar la espada e ir tras el pérfido inglés.

¿Era necesario? Al parecer, sí. Aparcar sin pagar era una ventaja para toda la ciudadanía que llegaba a Bilbao y una incomodidad para toda la ciudadanía que habitaba en Olabeaga. Ya estaban hasta ahí, hasta donde estaban Pedro y su espada.