NO recuerdo bien de qué película se me quedó grabado ese pasaje pero sí sé que no lo olvido. “¿Para qué la salida de emergencia a 10.000 metros de altura?”, preguntaba una voz. “Ilusión de seguridad”, respondía otra. Encaja bien con aquella otra frase medieval en la que se decía que cuando los caminos están seguros, roban dentro de los muros. La seguridad, que siempre ha sido un sueño del ser humano, se sostiene en una póliza pero no es suficiente para garantizar el equilibrio. Hay tanta tentación en el aire que la picaresca florece en cualquier rincón. Según nos aseguran quienes estudian estos casos los seguros de los coches y los del hogar son los más apetitosos para quien piensa en el fraude: o porque uno siempre se siente más listo que el prójimo y busca el redondeo de su nómina o porque parece tan fácil. No caigan en esa trampa: la policía no es tonta.

Bien sabemos que el primero y peor de todos los fraudes es engañarse a uno mismo pero no es ésta una columna filosófica sino un espacio donde se habla de los fraudes a los seguros y no falta gente que incluye la reparación pendiente en el siguiente parte ni otra con la imaginación suficiente para recrear un suceso. Son estafas de baja estofa pero ahí están, perjudicándonos a casi todos al hacer que se encarezcan las pólizas.

Me robaron en casa y tenía un Picasso en el salón. No hay partes que lleguen a semejante absurdo porque sería imposible demostrarlo con pagos y facturas si no fuese cierto pero... ¿los cacos se han llevado, qué sé yo, una prenda que cuesta 150 euros? Eso también es fraude, amigo. Y es ahí donde aparecen los pillos, bribones, granujas y tunantes que, siendo personas de bien en el común de sus días, ceden a la tentación cuando se ven convertidos en víctimas. ¿Usted no? ¿Qué haría si le colasen un billete de 50 euros falso de una calidad extraordinaria?