EL centro de Bilbao, el corazón de la villa es una suerte de Eye of Bilbao, un remedo del Eye of London, una de esas célebres norias que se han convertido en la diana donde se ubica el punto esencial de la ciudad, su centro de atención. Esa es la zona sobre la que ha posado su atención el gobierno de Bilbao para que la ciudad ofrezca un asiento en la noria, la posibilidad de establecer una continua rotación para aparcar en ese medallón que luce en el pecho el botxo. Van a poder aparcar ahí muchas más personas pero mucho menos tiempo, castigando el don de la fortuna de haber encontrado un espacio libre en una tierra tan ocupada.

Es una de las singularidades de la ciudad, siempre tan mal vistas cuando no orbitan alrededor de las necesidades de cada cual. Es una sensación vieja, nada nuevo bajo el sol. No en vano, el mismísimo Benito Pérez Galdós ya nos recordó que se ha declamado mucho “contra el positivismo de las ciudades, plaga que entre las galas y el esplendor de la cultura, corroe los cimientos morales de la sociedad; pero hay una plaga más terrible, y es el positivismo de las aldeas, que petrifica millones de seres, matando en ellos toda ambición noble y encerrándoles en el círculo de una existencia mecánica, brutal y tenebrosa”. Bien, digamos que la ciudad tiene sus propias leyes que, cuando no nos benefician, han sido siempre mal vistas. O por lo menos mal miradas.

El lunes entrante el nuevo sistema de OTA llegará para cambiar el estilo de vida de quienes se desplazan con asiduidad en un vehículo propio. Hay mucha gente a la espera por ver si es capaz de adaptarse como si entrase en juego la teoría de la selección natural de Charles Darwin en las ciudades, no solo en la naturaleza. Si uno es capaz de adecuarse a los ritmos de aparcamientos impuestos a partir de ya se convertirá en una especie con futuro en Bilbao.

Seamos conscientes de que una ciudad no se mide por su longitud y anchura, sino por la amplitud de su visión y la altura de sus sueños. Eso es lo que al parecer persiguen los gobernantes: mirar más allá y manejar la ciudad con imaginación hacia un porvenir muy diferente al esperado y más apropiado para el disfrute de la ciudadanía, aunque sea a largo plazo. Alguien tiene que dar los primeros pasos, esos que siempre despiertan debates y controversias. Alguien ha de atreverse. Cuando se calme la tormenta es cuando hemos de mirar el paisaje.