¿CUÁL es el peso de una hora, a cuánto se cobra un cuarto? Considerado el tiempo como un material noble, al mismo precio que los minerales de esa misma categoría, resulta complicado el cálculo. Sin llegar el puerto extremo donde atracó Chaplin, cuando aseguró que el tiempo es el mejor autor porque siempre encuentra el final perfecto –miren que era cabrón el tipo...–, lo que es innegable es que tiene al menos dos velocidades: el tiempo vuela cuando uno se divierte y se arrastra cuando uno sufre.

No hay reloj que dé marcha atrás así que conviene manejar el tiempo con cautela y ahorro. Esa es la teoría que marca la ley de la ciudad a quince minutos que, dicho en plata, se refiere a tener todos los servicios esenciales a un puñado de pasos o a un hatajo de pedaladas. Quiere decirse que esta norma, que nació de la propuesta del urbanista colombo francés Carlos Moreno, ideada en la Sorbona, fue acogida con gracia por la alcaldesa de París y, tras ella, por un sinfín de gobernantes.

En la ecuación un cuarto de hora equivale a un radio de un kilómetro largo, por entendernos. Ante el cambio climático y la necesidad indispensable de modificar, antes que sea demasiado tarde, de modo de vida, de producción, de consumo, de desplazamiento, vivir de manera diferente significa, ante todo, cambiar nuestra relación con el tiempo. Muy particularmente el de la movilidad, que ha degradado en gran medida la calidad de vida a través de viajes costosos, desde todos los puntos de vista. He ahí el origen de este pensamiento.

Uno de esos estudios que radiografían el territorio de vez en cuando han sacado la conclusión: quince municipios vizcainos cumplen los requisitos para convertirse en los paladines del cuarto de hora. ¿Cómo ofrecer a los residentes urbanos una ciudad serena, con más proximidad, menos estrés, menos horas de transporte y al mismo tiempo satisfacer sus funciones sociales urbanas esenciales? Es hora de avanzar no más hacia la planificación urbana sino hacia la planificación de la vida urbana.

¿Qué hacer? Conviene centrar el tiro en el trabajo para redescubrir la proximidad. Se trata de regenerar el sentimiento de amar sus lugares de vida de cercanía, lo que bien pudiera llamarse la topofilia, para crear las indispensables nuevas urbanidades. Con esa idea en la cabeza es posible alcanzar un 7 en la escala de la felicidad.