LA verdad está aún por venir, por mucho que esta historia esté repleta de esperanzas. La etiqueta medioambiental de la DGT los identifica como coches con cero emisiones, pero decir que porque renuncien a un motor de combustión no contaminan nada no parece ser del todo cierto. Los coches eléctricos también tienen un impacto ambiental derivado, en su mayor parte de los procesos de producción, recarga y, en especial, reciclaje una vez finalizada su vida útil. ¿Qué hacer con las baterías? es el quid de la cuestión.

Quienes investigan estos campos aseguran que la primera huella que deja un coche eléctrico procede de su fabricación. Las voces que ponen en duda que un enchufable sea del todo limpio aseguran que su proceso de fabricación es más contaminante que el de un modelo de combustión. Con todo, durante el rodaje de estos vehículos sí parece que no hay acciones contaminantes. Que Bilbao apenas llegue a un 1% de su puesta de largo es, pese a lo dicho, un tanto por ciento de calderilla.

En estos días en lo que nuestro mundo más cercano gira alrededor de la movilidad, Bilbao trabaja en una suerte de carta geográfica sobre los vehículos para dar con el mejor uso. Están en busca del punto G para implantar una ZBE (Zona de Bajas Emisiores, aclarado sea para toda esta gente que enloquece con este lenguaje escrito donde cada vez se imponen más las siglas como economía de guerra de las palabras...) a la cual solo podrán acceder vehículos que no contaminen. Incluso si no se considerase la reflexión que abre este artículo sobre desde cuándo ha de valorarse la contaminación, ese tanto por ciento liliputiense del que les hablaba dificulta, y mucho, la creación de esa suerte de espacio mágico. Quienes posean un coche eléctrico, eso sí, lo celebrarían de lo lindo: con un parque móvil tan reducido el milagro de Bilbao (ya sabrán de qué se trata: encontrar un huevo libre para aparcar en menos de diez minutos...) les quedará al alcance de su mano.

Estamos, no obstante, en los campos de la teoría, de la investigación, de los cálculos. La Ley del Cambio Climático va por delante de las posibilidades de la ciudadanía, que necesita un tiempo de reacción para dar ese volantazo que se pide a la conducción. Visto sobre el papel, en los foros y en los debates, el asunto suena de maravilla. Ahora hace falta acelerar y no salirse en la siguiente curva, que es un peligro.