SON los de toda la vida, hombres y mujeres que aportan a la ciudad, a sus barrios, un carácter propio y singular. Son los hombres y mujeres que sujetan en pie el comercio de proximidad: los que te llaman por tu nombre, saben lo que quieres, te cogen o guardan recados, te permiten pagar un par de días más tarde. Son los hombres y mujeres que son casi de tu familia: un pariente lejano al que aprecias una barbaridad. Son los hombres y mujeres a los que colocamos en primera línea de fuego frente a las multinacionales y grandes superficies y de los que la ciudad se siente orgullosa. Ellos dirán, eso sí, que son medalla en el pecho pero que pagan sus impuestos como el que más, que no se sienten valorados en el uno por uno. Cada cual con su problema, con su circunstancia.

Aparecen hoy en escena ahora que Bilbao confiesa que ve elementos potentes para poder presentar su candidatura a Capital Europea del Comercio de Proximidad. Los hay, cómo no va a haberlos. No por nada el modelo de negocio está perfectamente alineado con los valores más en boga: un consumo local, responsable y sostenible, coherente con las pautas de respeto al medio ambiente, y comprometido con su entorno más cercano.

Al comercio local, a ese que conoces como a un vecino de escalera del siglo XX (hoy ya no sabes quién vive encima y quién debajo...) se le conoce, en el lenguaje moderno, como comercio de proximidad. Leído así, uno tiene la sensación de que aparece en escena un comercio que te besa y acaricia, algo íntimo. ¿Habrá comercio en el futuro local?, esa es la pregunta que nos asalta por el camino. Quiero pensar que sí, que les aguarda aún un porvenir rosado como el revés de un naipe a nada que se mantengan las buenas maneras de las que les hablaba unos centímetros más arriba. Vaya desde este rincón nuestro ánimo y aliento.