LA risa suelta, esa que nace del disfrute, da la vida. Lo malo del asunto es que el ocio nocturno se ha convertido en un archipiélago fabuloso, sí; pero rodeado de tiburones. Y ahí radica el peligro, porque cuando uno sale de la discoteca en pos del refresco del relente teme a la amenaza de los escualos, con la presencia de armas blancas cuya hoja recuerda a los colmillos, qué sé yo, del gran tiburón blanco, por mucho que la ley castigue, sobre todo, una dentadura más allá de los 11 centímetros.

No es una exageración, como apuntarán los más ingenuos. No en vano, Eudel ha pedido refuerzos en las medidas de seguridad, una red de protección que corte el paso a los peligrosos males de la noche, unos animales que merodean esas aguas en pos de la presa. Si piden refuerzos, entiende uno, será porque han detectado que existen los peligros. Vaya que sí existen.

El ocio es el tiempo libre, la dulce libertad de las exigencias del trabajo. Es como un recreo para los adultos. El ocio es el tiempo que pasas alejado de los compromisos pero hay gente que lo ve con malos ojos. Esa es la madre de todos los vicios, dice la gente aburrida y sin son. Pero uno se mantiene en otra sensación y lanza una pregunta. ¿Aquellas personas que decidan utilizar el ocio como un medio de desarrollo mental, que aman la buena música, los buenos libros, las buenas fotos, las buenas obras de teatro, la buena compañía, la buena conversación, las cenas suculentas y el meneo del esqueleto en una discoteca o una sala de fiestas, qué son? Son las personas más felices del mundo. Quiennes se sumergen en ese mundo feliz y desanfundan sus armas serán, por reciprocidad, las personas más desgraciadas del mundo. El peligro está en que son contagiosos.

Hay que endurecer las sanciones ya que parece casi un imposible ablandar las formas de actuar de según que delincuentes. Hay que aumentar la presencia policial ya que parece que también crece el número de personas armadas. Habrá que estar ojo avizor porque en la oscuridad hay un buen número de cobardes que se sienten valientes. Pero no pueden ganar, no deben. No podemos, no debemos, renunciar al ocio para que se salgan con la suya esa cantidad de hijos de puta. Es así.