SE lo escuché decir en cierta ocasión a Rigoberta Menchú, aquella mujer que se hizo gigante desde la sencillez. “Los indígenas estamos dispuestos a combinar tradición con modernidad, pero no a cualquier precio.” He recordado ahora aquellas palabras para barnizar días como el de hoy, fechas que se tiñen de rojo en el calendario de las tradiciones. No en vano por media Bizkaia pasearán diversas cuadrillas y coros dispuestas a aclarar sus gargantas a base de gorgoritos con las viejas canciones de Santa Ageda y los txikitos que les despejan la herramienta de la voz. Es una de las pocas tradiciones que nos sobreviven y es necesario que así sea para mantener vivo el pasado del que procedemos.

“Aintzaldun daigun Agate Deuna,/bihar da ba deun Agate/etxe honetan zorion hutsa/betiko euko aldabe” Llegan a mi memoria los primeros versos del Agate Deuna aunque bien sé que hay mil variaciones diferentes, cada cual con su pasado por delante. Las makilas golpean el empedrado y el eco de la madera contra la piedra hoy cubrirán los cielos de Euskal Herria. La tradición, digo, hecha de carne y hueso, más allá de las pantallas. De las lejanas tierras de Youtube o de TikTok nos llegan muchas de esas versiones grabadas y algunas de ellas, todo hay que decirlo, no suenan mal. Las de los legendarios barbis, las del otoxote Txipli Txapla, las de la coral de Iralabarri o las de los bomberos de Bilbao, elijan la que quieran. Pero acéptenme el consejo: si tienen la posibilidad de salir a cantarla en vivo o a escucharla en directo no la desaprovechen. Se les erizará el bello (gallina de piel, dicen los más guasones...) y sentirán el gusanillo del ayer en la boca del estómago, ese legado que nos dejaron nuestros antepasados y que debiéramos dejar nosotros a quienes nos sucedan. Es una oportunidad de oro para no perder las tradiciones que nos definen.