HAY una fuerza en este mundo que yace bajo la superfície, algo primitivo y salvaje que se despierta cuando necesitamos ese empujón extra para sobrevivir, como esas flores salvajes que florecen después de que el fuego haya ennegrecido todo un bosque. Algo de ese espíritu barniza la electricidad nuestra de cada día cuando se invoca al led, ese duende donde se concentra una fuerza también extraordinaria: el ahorro. Es el camino tomado por la Diputación foral de Bizkaia al iluminar todas las carreteras que se extienden bajo su mandato con esa punto de luz.

Somos imanes. Nuestra energía atrae y repele, dependiendo de cómo queramos dirigirla y parece que esta decisión es un empuje hacia el bien, una posición del timón que lleva un buen rumbo. No es fácil el manejo de la electricidad. Sin ir más lejos, en la célebre película Regreso al futuro le escuché a Emmet Doc Brown, el científico chiripitifláutico que había construido el Insólito Delonian. “Esto es eléctrico pero necesita energía nuclear para generar la electricidad requerida”, decía en un pasaje. Suena casi a trabalenguas. Por eso las luces led, en su simpleza, parecen una buena solución. 

Lo leí en cierta ocasión, aunque no recuerdo bien dónde ni a quién. “Uno puede estar a favor de la electricidad y contra la silla eléctrica”. La sostenibilidad y la eficiencia energética que se esconden en este cambio de menaje, de las bombillas a las luces led, reducen la pena con el que estábamos condenados cada vez que dábamos al interruptor. Con la decisión foral se fomenta una ganancia global, no el botín de unos pocos. Recuerda esta reflexión a aquella otra de Mahatma Gandhi, cuando los nijo que “la Tierra tiene lo suficiente para calmar el hambre de todo el mundo pero no la ambición.” Es mejor oírle a la poetisa Gabriela Mistral. “Donde haya un árbol para plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú quien aparta la piedra del camino”. 

En la filosofía que gobernará, ojalá, la segunda mitad del siglo XXI puede pensarse que no somos lo que hacemos ni lo que pensamos, tan sólo somos la huella que dejamos. Con esa idea por bandera aparece en escena una conjugación que nos hará más felices. Reciten, reciten conmigo. “Yo ahorro, tú ahorras, él ahorra, nosotros ahorramos, vosotros ahorráis, ellos ahorran (recursos)… Todos ganamos”