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Familias de primera

ALGUNA vez han dicho: “Mi familia no es normal”? Es probable que se refiera a un grupo de personas con las que tiene lazos de sangre aunque no siempre sea así. Al fin y al cabo, en los tiempos modernos existe el acogimiento familiar, donde la sangre no es prioritaria. Resulta más importante el amor que se vuelca sobre las personas que se suman a la familia cuando éstas no tienen otra salida. Basta con que alguien apueste por esa salida para darle aire a la gente menuda que se encuentra, de repente, sola y asfixiada en un mundo tan complejo como el actual para que merezca una salva de aplausos, más atronadores si se juzga que se ha tomado la decisión por voluntad propia. 

¿Es un ejercicio de solidaridad o de amor sincero? Cualquiera de las dos opciones -en ocasiones van las dos encadenadas: primero dan un paso solidario y luego les crece un amor profundo por las criaturas...- es válida. Cualquiera de las dos opciones es digna de aplauso. 

¿Qué sentimientos despierta la familia? En La Odisea Homero nos lo cuenta en aquel párrafo en el que decía algo así como: “Pero es por el prudente Odiseo por quien se acongoja mi corazón, por el desdichado que lleva ya mucho tiempo lejos de los suyos y sufre en una isla rodeada de corriente donde está el ombligo del mar”. La familia que cura de la soledad es una de las más grandes que se conocen. 

En el Palacio Euskalduna acaban de cruzarse las gentes que durante 25 años se han volcado en los programas de acogimiento familiar, un proyecto de primera. Allí han debatido sobre mil y un asuntos, sobre todo sobre quién sale ganando, si la gente que encuentra una familia de primera o las familias que encuentran un miembro más que sumar al clan.