LUCHAD para vivir la vida, para sufrirla y para gozarla. La vida es maravillosa si no se le tiene miedo, nos dijo Charles Chaplin. Siendo, ésta, una verdad como un templo, las horas que acaban de vivir los padres de Aimar no aceptan consejo alguno. Han pasado miedo no, el peor de los horrores, la más alta de las desesperaciones durante esas horas negras en las que una mujer se llevó a su hijo recién nacido para el pesaje y desapareció en las brumas, como si se hubiese sumergido en las neblinas de Whitechapel, allá en el East End londiense, donde Jack hizo de las suyas. Desesperación absoluta, en estado puro.
Más grande aún que la que ha debido sentir, supongo, la secuestradora que había fingido estar embarazada, había mostrasdo a sus amistades ecografías falsas e incluso había comprado una cuna. Quería un hijo a toda costa y no tuvo peor ocurrencia que secuestrar a un recién nacido. Para ella, para su mente enloquecida, también ha debido ser un infierno. La vida, ya ven, te demuestra que la realidad supera cualquier exceso de la imaginación y te presenta el horror de los horrores en primera fila.
Temed el amor de la mujer más que el odio del hombre, nos dijo Sócrates antes de que le envenenasen con cicuta en la Antigua Grecia; una sentencia, supongo, amparada en su incómoda clarividencia. Cuando el amor de la mujer enloquece, cuando sobrepasa los umbrales de la cordura, ocasiona sucesos así. Si una mujer desea un hijo con tanta fuerza, más allá de lo que le puede darle las fuerzas de la naturaleza o de su capacidad para relacionarse, salta en añicos la lógica y hace lo que sea. Por ejemplo llevarse un recién nacido que no es suyo del hospital.
Por supuesto, el miedo no sabe de géneros y el hombre también es víctima propicia si se cortocircuitan sus pensamientos. Todos los somos. Pero les hablaba del miedo. Supongo que alguno o alguna de ustedes han vivido el hermoso sentimiento de temner un hijo. La felicidad absoluta, entremezclándose con altas dosis de preocupación por que todo salga bien un sentimiento de responsabilidad para toda la vida. Ver como el bebé se esfuma, desaparece de tu lado sin saber dónde está ni quién ni por qué se lo ha llevado ha de ser terrible. No imagino mayor dolor. Vistos así ambos sentimientos, el de la locura y el del desgarro más absoluto, no cabe otra que congratularse con el desenlace feliz. Ya llegará el momento de buscar seguridades más firmes o culpables.