NO hay quien cocine la cruda realidad; no hay un alivio que llevarse a la boca a la hora de cumplir con uno de los primeros desafíos de la vida: la emancipación. Por toda Europa puede contemplarse a una juventud desorientada que no sabe cómo ni dónde, una juventud que no encuentra una salida. Sobre todo, de la casa familiar. Miran perplejos el porvenir que les aguarda y por mucho que a su edad la osadía les sea algo propio, esa valentía no alcanza para llegar a fin de mes. Y claro, si no llegas al final de un mes... ¿cómo empiezas el siguiente?

A quienes les observamos de los balcones de más edad nos asalta una pregunta vital: ¿serán muy caros los precios de alquiler o muy pobres los sueldos medios de hoy en día? A nada que uno aplique el gel de la experiencia (y revise sus nóminas, cada día más menguantes...) para sacar un puñadito de conclusiones siente un escalofrío: ¿qué salida les aguarda? Los pisos de hoy en día demandan, para empezar, solvencia y un par de meses de anticipo. Analizan, además, el perfil de la persona contratante de la primera parte, que diría Groucho Marx. Y en ese análisis el paisanaje no les atrae en demasía. Y eso que los pisos de hoy en día no están para elegir en una buena parte de los casos. No son ninguna belleza. Se alquilan pisos de feas hechuras, pobres de servicios y tamaños, en según qué casos, casi escuálidos.

La clase media estudiante es la mayor de las demandantes. Revisan sus posibilidades y la palabra alquiler, entre ellos, ya se calcula como una condena. Reservan, quéséyó, para “un año y un día”, como las celdas de Basauri, pongamos por caso. En sus manos encomendamos nuestro espíritu de mañana, pero habida cuanta las facilidades que les damos para que se abran paso ya podemos calcular el hambre que también va a pasar nuestro espíritu del futuro, condenado a dieta perpetua si se juzga el porvenir que se avecina. Si a los jóvenes apenas les alcanza para emanciparse en un puro ejercicio de supervivencia, ¿cuándo van a lanzarse al compás de las cotizaciones? Da la impresión de que hemos condenado a la población de relevo que ya está aquí a un economía negra, a una subsistencia por los pelos. ¿Cotizar? ¡Vamos hombre!, pensarán muchos de ellos. No tenemos para mañana, hacia qué futuro vamos a proyectarnos. El panorama, ya les digo, es feo de lo lindo. Horroroso.