EN ocasiones el común de los mortales nos quedamos petrificados cuando aparece la ley, abre la boca, y considera que lo que parece “sota, caballo y rey” de mano tiene otra manera de juzgarse, otra forma de considerarse que le ahorra al atroz asesino ocho incomprensibles años de condena.

“No está claramente establecido si la perturbación psíquica sufrida por las menores se debió a la percepción de los sonidos procedentes de la agresión mortal (pese a que mataron a su madre en la misma habitación...) o al hecho de encontrarse abandonadas, solas en el domicilio (y junto al cadaver, recordémoslo), durante más de siete horas, sin que pueda excluirse esta posibilidad”. Esta es la razón que esgrime la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo (las palabras en cursiva son reflexiones a vuelapluma del cronista, es decir, yo...) para rebajar en 8 años la pena de prisión –se le habían impuesto inicialmente 37 años y dos meses de cárcel– de Bara N., de origen senegalés, quien asesinó a su esposa Maguette en septiembre de 2018 con hasta 83 cuchilladas y huyó del lugar dejando abandonadas a sus hijas de 2 y 4 años de edad. No está establecida si la perturbación psíquica no corresponde solo al abandono, dice el Supremo. Igual si degollasen a la madre de los magistrados y les dejasen siete horas junto a su cadáver cambiaban de parecer. Igual.

Fueron sus lloros los que alertaron a una vecina, que a su vez, llamó a la Policía al encontrar a la mujer ensangrentada. Algo similar, puntualiza el atestado. También es sabido que la misma Justicia que ahora pone en tela de juicio la reacción de los niños le había denegado a la mujer una orden de alejamiento previa con respecto a su agresor.

Hay que ser escrupuloso con la aplicación de la ley en toda su extensión, vienen a decirnos los garantistas absolutos y los juristas más ajustados al centímetro del Derecho. No suena mal como plan de acción. Pero luego aparece la realidad pura y dura y oiga, mire, resulta que hay una cadáver y dos criaturas que lloran durante siete horas. Y entonces a uno se le encienden las meninges, se le disparan los canales del mar humor y le pega un arrebato de incomprensión. ¡Cómo es posible este desatino, haya o no rendija por el que colarlo! A uno le posee el espíritu salvaje de Quentin Tarantino y acaba recurriendo al título de una de los películas: Los odiosos ocho.