HAY un problema social que nos aqueja: muchas casas sin gente y mucha gente sin casa, aseguran quienes se asoman al balcón para ver la actual situación de la vivienda y sus demandas. El alquiler, costumbre arraigada en la Europa más occidenta, se ha visto, hasta hace no mucho, una forma de perder dinero, una manera de derroche habida cuenta que se pensaba que este gasto no daba rendimientos, como si llegar a fin de mes con soltura no fuese, de por sí, una ganancia.

Han pasado los años y de su brazo han llegado otros estilos de vida. Cada vez hay menos gente que aspira a vivir para siempre en el mismo rincón, al igual, qué se yo, que ocurre con el renting para la adquisición de un vehículo. Del mundo de las finanzas llegan formas de actuar en las empresas que se aplicable a la economía doméstica. Al final se trata de elegir entre el Capex (gastarse todo de golpe) o el Opex (gastarlo en cuotas fijas mensuales) y sacarlo de los balances habituales. El paro y la precariedad e inseguridad laboral se han adueñado de nuestro futuro; de repente, los mismos que nos llamaron tontos si no nos hipotecábamos, ahora nos señalan por morosos al no poder pagarlas.

Ahora se vuelven a mirar los precios de los alquileres de hoy en día, no sea que el pago de un alquiler acabe por ser rentable. Durante años se ha vivido con la sensación de que el desarollo de una vida plena desembocaba en una sucesión de propiedades a según qué edades, un tesoro que bien pudiera dejarse como herencia a los descendientes. Ahora el número de descendencia es menor y el legado que se pretende dejar cuando uno se va –siempre y cuando alguien quiera dejar algo ...– pasa más por las herramientas y los conocimientos que uno deje tras de sí que por 83 metros cuadrados mal contados. Alquilar es un estilo de vida moderno tardío.