En Bilbao, el otoño huele a hierba mojada y a memoria. Hoy, cuando el Athletic todavía se mueve en la indefinición de una temporada que nació lleno de esperanzas y hoy respira entre incertidumbres, se va a celebrar el cónclave que distingue a los clubes con solera propia. En el Palacio Euskalduna se piden sopitas para que San Mamés les transmita ese carácter de templo de hierro y alma, allí se va a reunir la Asamblea de los socios compromisarios: una tribu que no se entrega al mercado, que aún cree que el fútbol puede ser de la gente y no de los dueños invisibles.

El presidente del Athletic, Jon Uriarte, con voz templada y corbata de prudencia, mostrará los números: las cuentas respiran, aunque con el jadeo cansado de quien ha corrido mucho y ha cobrado poco. Los ingresos, las inversiones, las promesas: cada cifra es una historia que no se cuenta. Pero entre los balances y los aplausos, entre las dudas y las sonrisas, se desliza la noticia que todos esperaban y pocos ignoraban: quiere volver a presentarse, como ya anunció días atrás.

Otra vez el poder llama a la puerta, disfrazado de servicio y de amor al club. Y quizás lo sea. En el Athletic, donde los sueños todavía tienen acento vasco y la cantera es una forma de fe, la presidencia no se hereda ni se compra: se defiende, como se defiende una jugada en el descuento, con el alma por delante.

El presidente dice que quiere seguir para consolidar lo que empezó. Y en su voz, algunos oyen convicción; otros, costumbre. En el fútbol, como en la vida, los hombres también se enamoran del espejo: creen que sin ellos la historia se detendría, que el balón dejaría de rodar aunque es cierto que el camino andado hasta la fecha por el presidente apenas tiene tropiezos.

Pero el Athletic no pertenece a ningún hombre. Pertenece a los niños que aún miran el escudo como si fuera un amanecer. Pertenece a los abuelos que narran goles de Zarra o las palabras de Iribar como quien cuenta milagros. Pertenece a una ciudad que no necesita títulos para sentirse orgullosa, porque su mayor victoria ha sido no rendirse nunca al dinero.

La Asamblea aplaude, discute, duda. Afuera, el viento de octubre agita las bufandas rojiblancas. San Mamés, silencioso por un instante, parece escuchar. Porque allí, donde cada piedra guarda un eco de esperanza, el fútbol sigue siendo una palabra sagrada. Según las previsiones adelantadas, el Athletic a saneado sus cuentas hasta el punto de que esa luz que casi ciega corresponde al resplandor de los números. Habrá algún pero (la discusión en torno a la Herri Harmaila se antoja la más llamativa...) y alguna exigencia, ahora que todo va bien. Es la ley de este ajuste de cuentas, dicho sea en el sentido más amable del término.

Y aunque cambien los presidentes, los presupuestos y las promesas, el Athletic seguirá corriendo detrás del balón como quien persigue su destino.