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El bombín roto

El cultivo de las estrellas

Para el Athletic, que no vende su alma ni a cambio de un Balón de Oro, estar en Europa es también una reafirmación política y cultural

El balón rueda, y con él ruedan los sueños, las penas, las alegrías, y, por supuesto, los millones. El Athletic, ese viejo obrero de San Mamés, de alma vasca y corazón de cantera, se dio el lujo de caminar por Europa el año pasado; no como turista con mapa en mano, sino como gladiador de media noche, llegando a las mismísimas semifinales de la Europa League. Y no solo volvió con la frente en alto, sino con las arcas rebosantes: más de 30 millones de euros. Dinero que no huele a petróleo ni a jeques, sino a esfuerzo de gente que no compra estrellas, las cultiva.

Pero este año hay más. No es solo Europa, es la Europa con traje de gala: la Champions League, la Copa de los Ricos, la vitrina donde se exhibe el fútbol como si fuera joya de escaparate. El Athletic, modesto en su ambición empresarial pero gigante en su terquedad identitaria, se asoma a esta fiesta sabiendo que, gane o pierda, va a cobrar. Porque esta Europa paga bien.

¿Qué significa jugar en Europa? Mucho más que gloria. El prestigio, ese perfume invisible que enriquece el alma pero no el bolsillo, queda en segundo plano frente a lo concreto: los millones que llegan en maletines invisibles tras cada silbatazo final. Derechos de televisión, premios de la UEFA, ingresos por taquilla, plusvalías por jugadores que se revalorizan al sonar el himno de la Champions. Hoy en día, Europa no es un sueño: es un negocio que late con los goles. Así lo ven las grandes empresas futbolísticas por mucho que a la afición nos llame la atención la idea de poder pasearnos por el viejo continente con nuestra vieja historia.

Para el Athletic, que no vende su alma ni a cambio de un Balón de Oro, estar en Europa es también una reafirmación política y cultural. Un club que juega con lo suyo, con lo de casa, compitiendo contra imperios armados con petrodólares y mercenarios de pasaporte dudoso. Es como si David hubiera decidido no sólo enfrentarse a Goliat, sino hacerlo con las piedras que recogió de su propio huerto.

Hoy surge una encrucijada: seguir creciendo sin perderse. Cobrar sin venderse. Jugar sin traicionarse. Porque hay algo que vale más que treinta millones, más que los premios de la UEFA o los focos de Europa: la dignidad de seguir siendo quienes son.