En el año 476 d.C. Rómulo Augusto, el último emperador que gobernó en Roma, fue depuesto, sin oposición, por el bárbaro Odoacro. Este hito marcó lo que tiempo después los historiadores conocieron como la caída del imperio romano. No sé hasta dónde habrán estudiado los hombres del Athletic estas páginas de la historia. Y supongo que tampoco les hará falta haberlo hecho para imponer su ley en el Olímpico de Roma, donde hoy regresan a la Europa League, este año un imperio al alcance de su gobierno. Pero sí parece claro que el Athletic precisa de un Odoacro, de un hombre de certera puntería para la conquista de Roma. Los emisarios trajeron consigo una dolorosa noticia: Sancet no participará en la batalla. En el año de las heridas de guerra el mediapunta rojiblanco se ha quedado en sus cuarteles de otoño, justo en la temporada en la que parecía haberse agigantado. El fútbol exige a veces cosas así; un poco más de gesta.
¿Hay repuestos? Por supuesto que sí. El frente de ataque rojiblanco es devastador. No basta con serlo. Hoy está obligado, es un decir, a demostrarlo. Porque la nueva fórmula que rige los designios de Europa para la consiguiente clasificación (ya saben, pasan directos ocho de los treinta y seis...) es tan delicada que se intuyen numerosos empates al término de los ocho partidos. Y es ahí donde entrarán en juego los goles marcados. La cantidad y su diferencia con los encajados. Así que, en ausencia de Sancet y con Nico Williams entre algodones, es un suponer, el Athletic necesita un Odoacro que marque y derribe los muros. ¿Será Iñaki Williams, dios del viento, o Guruzeta, recién rescatado del ostracismo? ¿Acaso Djaló no marcó con frecuencia con el Sporting de Braga el año pasado en Europa y no es Berenguer un arquero de pulso firme...? Cualquier gol vale y será necesario vigilar la retaguardia. Llega el Athletic a las puertas del Coliseo con una sonrisa de oreja a oreja y cierto rictus del concentración. No es mala la imagen. Veremos.