La victoria en el deporte profesional es la cumbre, más allá de los benéficos efectos (ejem, ejem...) en el organismo del deportista. Las copas, las medallas, las banderas... Todo un ajuar de trofeos lo demuestran, sin considerar que el deportista triunfador ve cómo se enriquecen sus contratos. Esa es la teoría general que, como nos enseñó la comunidad científica, tiene sus excepciones, tanto a nivel individual como colectivo. Es lo que pudieran llamarse las malas costumbres de ganar con continuidad, de ganar siempre. Trae consigo la rutina y esta provoca el desencanto, el cansarse siempre de los mismos. Es una injusta ley.
¿Acaso no escuchó Miguel Indurain que ganaba con cronómetro los tours de Francia; el Real Madrid que gana las Champions por el miedo ajeno; Nadal, que era el rey de Roland Garros porque era una criatura nacida para la tierra y los rivales se esforzaban menos...? ¿Y no le vimos a Zidane salir del Real Madrid con tres Champions encadenadas, a Guardiola marcharse de aquel invencible Barcelona por la puerta de atrás, a Federer atropellado por Nadal y a este por Jokovic y a los tres por Alcaraz...?
Con el dominio de la Bou Bizkaia en los últimos años en La Concha ocurre algo parecido. Ya hay un runrún de cansancio por la acumulación de banderas e Iker Zabala, el entrenador, está en la picota, allá en los temibles mentideros. Que si elige siempre a los mismos, que si no usa el euskera con la trainera, que si patatín, que si patatán. Es una maldición que se repite una y otra vez, como si el virus de la envidia o el hartazgo de las caras viejas aquejasen al pueblo. Parecemos insaciables.