La genética es la culpable. Esta historia comienza como tantas otras. Un joven futbolista que asombra, mucho dinero de por medio y los mejores clubes del mundo atentos a la puja para llevárselo a su estadio, para jalearle sus diabluras y regodearse con su irreverente imagen. Y, sin embargo, la culpa es, como les digo, del ADN. En la temporada de su despertar, Williams, el joven, ha llegado a la Eurocopa en plenitud. Incluso en el Athletic, un club acostumbrado al desarrollo de jugadores paso a paso, forjados en la fragua de cantera, esperaban al Nico de hoy para el mañana. Pero su genética lo ha acelerado todo. ¿Le vieron correr? Claro que sí. Pero también corría, qué se yo, Usain Bolt. Y cuando se puso la camiseta del Manchester United se vio que el fútbol no era su don.

En el caso de Nico sucede un fenómeno contrapuesto: siendo un hombre privilegiado para la finta y el regate, siendo un futbolista capaz de encontrar los resquicios para hacer de un centro un arma de destrucción masiva, la velocidad lo ha acelerado todo. Su velocidad y su capacidad para hermanarse con los compañeros de la tribu. Paso a paso, decíamos. Sí, pero supersónico. Cómo no iban a mirarle y a admirarle desde otras tierras.

Todo ha sucedido en apenas un puñado de partidos, seis o siete. Lo suficiente para que el voraz fútbol de hoy le corone como el enésimo heredero de Garrincha, la sucesión de aquel Cruyff que siempre se iba y se iba. No temen, por muchas veces que haya sucedido a la historia del fútbol, que se trate de una estrella fugaz, uno de esos futbolistas que pasan y se van. Nico Williams ha dejado boquiabiertos a los habitantes del planeta fútbol, es cierto. Pero el matiz triste de la historia es que en todo ese runrún insoportable de sugerencias e insinuaciones se repite una grosera letanía: “Es barato para lo que juega”. Como si fuese un purasangre recién nacido a la puerta del hipódromo, un fueraborda atracado en un puerto deportivo con el cartel de “Se vende”. El Athletic, de momento, no ha perdido la cabeza, no ha entrado en la subasta. Hizo con él lo que antes con su hermano: tratarles de fábula y abrirles la puerta a un nuevo mundo con cariño. El fútbol de Nico la ha tirado. La afición y el club confían en que el amor que le dieron haya calado en su corazón.