ESPEJITO, espejito, ¿en qué futbolista tienen que mirarse los jóvenes que en los últimos tiempos llegan al primer equipo del Athletic tras su paso por las minas de la cantera? Si uno lanzase esa pregunta entre las viejas glorias del club o en los coros de la afición rojiblanca, la respuesta, a día de hoy, es clara: Óscar de Marcos, el jugador invisible que siempre deja huella. Acaba de precisar que su espejo fue Iraola, otro jugador de similar corte. Jamás se le ha oído una queja, nunca una protesta por no entrar en el once inicial, en ningún caso una protesta previa. De Marcos, muy cercano al pueblo, es un hombre forjado en la nobleza. “No creo que paguemos los platos rotos ante el Celta”, ha declarado cuando las nubes del recelo lo encapotaban todo.

Solo con sacar extracciones de lo que dijo ayer miércoles ya se pueden dar forma a un puñado de versículos de la Biblia athleticzale. “He caído de pie en Bilbao, me he sentido muy querido. No me imaginaba en esos dos años renqueante en el tobillo llegar hasta aquí. No pensaba encontrarme tan bien. No sé hasta cuándo va a ser, solo me importa ayudar al equipo, ya se verá”. ¡Txapelas al viento! Sobre Beñat Prados, el aspirante que se postula al 2 clásico del fútbol antiguo habla con cariño de hermano mayor. “Es un jugador que entrena muy bien, se ha adaptado a bastantes posiciones, que escucha mucho y quiere aprender. A mí me gusta este tipo de jugadores que quieren crecer”, dice. Otra vez los aplausos. Habla, con toda naturalidad, del futuro de Nico Williams, con la convicción de que va a seguir en el Athletic y admite que los goles encajados esta temporada obedecen a una bajada de la solidez de una defensa donde él trabaja.

Cuando se vayan, cuando ocurra, no pensemos como viejos creyentes que lloran ante el ídolo que se derrumba, sino que agradezcámosle el trabajo hecho y aplaudamos su decisión de ser uno de los nuestros.