L éxodo masivo de ciudadanos ucranianos que huyen de la guerra y buscan refugio en Europa -más de cinco millones ya, a los que hay que añadir al menos otros siete millones de desplazados internos- ha vuelto a poner de relieve una realidad que se tiende a invisibilizar pese a que se trata de un fenómeno creciente y en muchos casos trágico: la migración. Es creciente porque la migración es un derecho de las personas que buscan un futuro mejor y, por tanto, es imparable; y es a menudo trágico porque su tránsito en muchas ocasiones muy inseguro y llega a conducir a la muerte -el ejemplo más sangrante sigue siendo la situación en el Mediterráneo- y, además, la falta o la endeblez de políticas públicas para la integración y las dificultades añadidas en forma de precariedad, acceso al empleo, vivienda, educación, salud y participación social constituyen barreras a menudo tan infranqueables como las propias fronteras. La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) calcula que más de 3.000 migrantes murieron o desaparecieron en el Mediterráneo y el Atlántico el pasado año intentando alcanzar el continente europeo, cifra que duplica la de 2020. En estos momentos, los servicios de emergencia siguen buscando en aguas del Bidasoa a un migrante presuntamente ahogado al intentar cruzar el río para evitar otra devolución en caliente, práctica habitual, ilegal e inhumana por parte de la policía francesa. Una conducta inmoral que, al parecer, es la causa de la dimisión ayer del responsable de Frontex, investigado por permitirla de manera sistemática en el Mediterráneo. Es cada vez más necesario obervar la inmigración, además de como un derecho, como una gran oportunidad de progreso, desarrollo y enriquecimiento mutuo que redunda en el bienestar general. Así lo considera el último estudio sobre tendencias y retos de la integración de la población migrante en Euskadi elaborado por Ikuspegi. Es más, el Gobierno vasco considera que Euskadi -y, en especial, Bizkaia- es un extraordinario polo de atracción para las personas migrantes y que el futuro de nuestra comunidad dependerá a medio y largo plazo de la capacidad de integración que tenga el territorio para integrar a las personas llegadas de fuera. Ello precisa de un gran cambio social en la percepción ciudadana de los migrantes y de políticas públicas en favor de la igualdad y en contra de la precariedad.