L nuevo curso político arranca plagado de incertidumbres y retos para el Gobierno de Pedro Sánchez. La gestión de la pandemia y de la crisis derivada de ella continuarán siendo las prioridades en los próximos meses, aunque atravesadas por otras cuestiones de urgencia agravadas por el covid-19. El presidente español adopta en este arranque de curso un papel en el que trata de presentar un perfil exitoso de gestión y una apuesta por una recuperación “rápida y justa” con base en los fondos europeos. No es, sin embargo, tan simple, no solo por la extraordinaria dificultad propia de la empresa, sino debido también al fangoso terreno en el que está instalada desde hace tiempo la política española -lo que dificulta la estabilidad y la consecución de consensos básicos- y, por otra parte, la propia situación de constante tensión interna dentro de la coalición de gobierno y, asimismo, la dinámica de compromisos aún por cumplir del Ejecutivo con sus socios. De ahí que preocupe en especial la llamativa escalada de divergencias públicas y de conflictos entre PSOE y Unidas Podemos, incluidos algunos de los ministros, y que, obviamente, afectan a la propia estabilidad del gabinete de Sánchez, que parece querer situarse al margen. En las últimas semanas, varios asuntos de enjundia han sido motivo de polémica entre los socios. Desde la crisis de Ceuta a la incesante subida del precio de la luz, pasando por la ampliación del aeropuerto de El Prat, la regularización del alquiler de viviendas, la extensión del Ingreso Mínimo Vital, el salario mínimo, la renovación del CGPJ, las irregularidades del rey emérito, la fiscalidad o incluso la reforma de las pensiones han sido motivo de bronca o desacuerdo dentro del Gobierno. La proposición de ley registrada el jueves por Podemos en el Congreso para crear una empresa pública de energía al margen del PSOE es un hecho lo suficientemente ilustrativo de esta tensión, más allá de las “dinámicas propias” de cada grupo. El Gobierno Sánchez tiene un problema interno que debe resolver de manera urgente. También lo tiene con sus socios, a los que acostumbra a agraviar por el incumplimiento de compromisos adquiridos. Este cúmulo de tiranteces supone una carga excesiva para la envergadura de los desafíos a los que se enfrenta porque, objetivamente, dificulta o impide su gestión y consecución.