TRAS varias sesiones parlamentarias en pleno y comisión, pródigas en discursos repetitivos, sucesivas reuniones de los órganos técnicos y políticos que coordinan la gestión de la pandemia covid-19 en los niveles estatal y autonómico y un nuevo ajuste de las restricciones, conviene hacer una reflexión. En primer lugar, no cabe duda de que, aunque se han hecho votos por no ofrecer la imagen de una normalización de la actividad vacacional en la Semana Santa, había una expectativa ante la que es muy difícil argumentar apelando a la contención. Como ayer mismo recordaba el lehendakari, los mecanismos de autocontrol y las restricciones y recomendaciones las conocemos mayoritariamente. No dibujan un panorama sobrevenido y no hay excusa para su desbordamiento; pero los hay y son conscientes. No se trata de culpabilizar a la parte de la ciudadanía que cuestiona las limitaciones ni de confrontarla con la mayoría que las demanda. Por ello, el difícil equilibrio de las medidas restrictivas y los derechos requiere de un entorno que no las ponga en cuestión. En ese marco, la ley antipandemia que ha iniciado su camino en Euskadi es una oportunidad para que quienes, desde la oposicion, vienen demandando una participación activa en la toma de decisiones lo hagan mediante aportaciones prácticas y útiles que puedan incorporarse a una norma consensuada. Esto implica abandonar el rincón de la crítica y ser copartícipe de una responsabilidad. El tipo de certezas que se pueden dar a la ciudadanía tiene que ver con una seguridad jurídica que deje claros los límites y el margen de actuación de las prácticas individuales y sectoriales en relación a la seguridad y la convivencia colectivas. Por contra, no hay certezas en el ritmo de suministro de vacunas, por lo que es sencillo hacer política a la contra sobre la velocidad de inmunización. Tampoco la hay en cuanto a la evolución futura de los contagios en tanto parece claro que tiene más que ver cómo nos aplicamos en nuestra actividad social que dónde la practicamos. El repunte de contagios habla de eso también y acredita que no basta la apelación a la responsabilidad individual en tanto conviven la concienciación con el hartazgo o la negativa a renunciar a satisfacciones propias por objetivos colectivos. Las decisiones ya son bastante difíciles de adoptar como para que se alimente interesadamente el descontento sin alternativas.